Cada vez me convenzo más del gran estorbo que es el estado para el progreso de la civilización. Y ello porque si se asume de que la infinita ruta hacia dicha meta siempre fue un perenne intento por dejar de lado todo tipo de agresión y violencia con el exclusivo fin de no estar supeditados compulsivamente a nadie… entonces.. ¿de dónde sale la absurda convicción de que es por intermedio de quien se jacta de tener el monopolio del poder y de la fuerza —el estado— que nos encaminaremos por tal senda?
Toda una rareza, pero no incomprensible. Cuando la más de mil veces denostada mano invisible de Adam Smith advertía que el librecambio y los negocios promovían la riqueza de los pueblos, en el acto los corifeos del antimercado blandieron sus innumerables reparos. Reparos que no hicieron más que retrasar la posibilidad de que enormes cantidades de seres humanos pudieran beneficiarse de productos a más bajo precio y acaso mejores de los que monopólica y/o mercantilistamente se les ofrecía. Sin duda, pocos fueron los que sospecharon que la revolución que ofrecía el laissez-faire era más radical y contundente que cualquier asonada desde el poder político.
Quizá la espectacularidad y el boato que acompañan al estado, a los políticos y a la política, tengan mayor nivel de “persuasión” que cualquier otro tipo de argumento. Y no lo dudo. Decir que a través de la mayor libertad posible de acción se solucionarán los problemas sociales debe sonar muy aburrido frente a quienes juzgan que, salvo el poder, todo es ilusión. Serio problema, teniendo en cuenta que durante milenios se ha entendido que es básicamente por medio del control, de la represión y del dirigismo es que se llega a la tierra prometida, y no sin que antes caiga el respectivo maná del cielo.
Caminos a escoger: o el free to choose de Milton Friedman o su completo opuesto. Es decir, o el comercio y los mercados o aquello que va desde el sedentarismo autista hasta lo sospechosamente “acompañante” (“promotor” también le dicen) de lo directamente empresarial. El dejar hacer, dejar pasar versus aquella enorme variedad de pretextos para “no hacer” tanto como se quisiera ni que “pasen” todos, sino acaso sólo algunos.
Si en la primera vía solamente se requiere de ausencia de trabas para producir riqueza, en la segunda la “racionalidad” (lo moderno) se sopesará a partir de la necesaria existencia de esas mismas trabas. ¿A lo mejor es malo crear capital? ¿Y será porque ganar y superarse lleva el sello de lo no santo, de lo moralmente evitable?
Pregunto: ¿vencer la miseria es una escandalosa humillación para los que quedaron atrás? Y entonces, ¿por eso es que se asume que será el estado, los políticos y la política quienes se encarguen de frenar, limitar o simplemente desbaratar todo afán triunfador de los particulares? ¿Será él quien lleve a cabo tal misión? ¿Por qué? ¿Porque es malo producir mejor y más barato?
No son precisamente las inmensas preguntas celestes, pero es obvio que en muchas de las aversiones al capitalismo hay una fuerte predilección por buscar en las nubes aquella perfección que el hombre no tiene ni tendrá jamás. Esa vieja vocación por huir de la realidad. El no querer aceptar individualidad alguna porque altera y ofende a los atávicos sueños. O delirios, que es lo que lo estatal lleva a cuestas, sin importarle siquiera a quién es al que arrastra.
Curioso. Que yo sepa, el estado no crea nada ni produce riqueza alguna. Sin embargo dilapida arteramente el capital que la gente produce en el mercado, ese mercado que le es tan altamente sospechoso y malquerido. Ese mismo antro al que atiborra de obstáculos a pesar de vivir de él. Exacto, al que perturba con sus ponzoñosas normas, las mismas que las impone al margen de las más acabadas razones y derechos. En pocas palabras, la sombra del primitivo prehumano dispuesto a repartir garrotazos a diestra y siniestra lo configura y define de cabo a rabo. Puntualmente aquello que no encaja con lo que la civilización pretende. Bueno, salvo que alguien tenga una manera distinta de concebir lo civilizado. He ahí el detalle.