A veces me pregunto si el ex dictador chileno alguna vez sintió envidia por la impunidad, el cariño y la admiración de la que siempre gozó (y goza) su par caribeño, el ahora moribundo Fidel Castro.

Difícil de saberlo. Por lo pronto la feligresía “progre”, “caviar” y los rabiosos “bolches” tendrán su oportunidad para despotricar a sus anchas de los latrocinios y crímenes del recientemente fallecido Pinochet; es decir, no les pasará por su selectiva memoria ni un solo pelito de la vieja y canosa barba del dictador cubano.

Como se ve, esta es la hora perfecta para repudiar los 17 años de autocracia del militarismo pinochetista y de sus miles de víctimas. El mejor momento para enrostrarle los asesinatos selectivos y las caravanas de la muerte. El instante preciso para aleccionar a las futuras generaciones que sin democracia política no se puede hablar de libertad. Todo un bocato di Cardinale. Eso es lo que es Pinochet desde hace un buen tiempo. El agujereado tablero donde todos los dardos caen, incluso más allá de toda precisión y puntería.

Empero, ¿por qué no se dice nada sobre los 48 años de Castro en el poder? ¿Por qué callar su criminal estalinismo y cada uno de sus fusilados, encarcelados y expatriados? ¿Cuándo será la hora en que se haga un balance de su tiranía? ¿En qué momento se hablará que en Cuba no hay derechos, sino sólo imposiciones políticas? Ah, y también partido único.

¿El ejemplo de Fidel también servirá para educar a los que vendrán que sin libertades no se puede hablar de dignidad ni de derechos? En esa medida, ¿alguna vez Castro pasará por el calvario de acusaciones y juicios que en vida le tocó padecer a Pinochet? Difícil, sino imposible. Y ello porque a diferencia de este último, el caribeño no ofrecerá ninguna oferta de salomónica transición. Como Franco en sus últimos días, Castro también querrá aferrarse al poder hasta la hora nona.

No obstante ello, si en el plano político todos los dictadores son nefastos, ¿en lo económico Castro tendrá algo interesante que mostrar? Ni por asomo. Durante décadas la Cuba castrista vivió a expensas de las dádivas de la Unión Soviética. Por ese entonces el rollo de que el bloqueo yanqui los postraba no sonaba en igual dimensión como cuando la URSS desapareció. Desde esa hora el bloqueo era culpable de todo, incluso del más leve resfriado del cualquier isleño. Hoy Cuba languidece, y languidece porque Castro así lo ha querido.

El tercermundismo que aflige a los cubanos es porque el inspirador de delincuentes revolucionarios que la gobierna nunca quiso mirar ahí donde los análogamente déspotas Franco y Pinochet sí miraron: el libre comercio.

Si España y Chile gozan hoy en día de elevados niveles de prosperidad no es por puro azar, sino porque a pesar de sus enormes y clamorosos defectos sus gobernantes optaron por los mercados antes que por la política. En pocas palabras, a pesar de su palmario autoritarismo, renunciaron a ejercer el poder en el campo económico. Y ello fue positivo. Lo perfecto y civilizado hubiese sido que las libertades imperasen en todos los campos, pero tal hecho no se dio con ellos, sino con los que los siguieron, ya en democracia.

Quizá Cuba apueste por un régimen demo-liberal luego de la muerte de su añoso líder, pero ello tendrá que ser una total negación a Castro. Este no tiene nada que ofrecer ni en lo político ni en lo económico para las siguientes generaciones. En lo único que deberá ser tenido en cuenta Fidel es a la hora de enjuiciar cada uno de sus crímenes y delitos.

Si los juicios contra Pinochet no deben quedar impunes, del mismo modo los asesinatos y felonías de Castro deberían comenzar a exhibirse con el mismo afán justiciero. Así, sólo queda esperar. Esperar que los antipinochestistas de toda América Latina sean coherentes y midan a todas las dictaduras con la misma vara.

¿Sueños de opio? Sí, lo son. Pero son sueños tan válidos como necesarios si es que realmente queremos demostrar que hemos aprendido a valorar las libertades.

(Artículo publicado en la revista electrónica Ácrata en diciembre del año 2006, a poco del fallecimiento del general Augusto Pinochet)

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