«El comercio es la expresión institucional de la virtud de la prudencia en el ser humano. Una persona prudente cuida de sus necesidades económicas. Probablemente no será éste su objetivo principal en la vida y, desde luego, la prudencia no es la virtud humana más elevada. Sin embargo, el prestar atención a la propia existencia económica es, sin duda, virtuoso.»

(Tibor Machan, «La ética de la privatización», en Estudios Públicos, Nº 37, 1990, p. 141)

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