«Olvidamos con facilidad que en las ricas bibliotecas de los palacios de los príncipes ocuparon siempre el puesto más principal los libros piadosos.» (sic) (Johan Huizinga, El otoño de le Edad Media. Estudio sobre las formas de la vida y del espíritu durante los siglos XIV y XV en Francia, y en los Países Bajos, Revista de Occidente, Madrid, 8va. ed., 1971, p. 438.)
La Edad Media, según es sabido, hizo del mundo trascendente el objeto de sus preocupaciones que, como tales, son siempre ideales. Con sus más y con sus menos, socialmente, fue la época de la aristocracia que, teniendo el Paraíso en la Tierra, anhelaba su perpetuación. La Biblioteca debía guardar el conocimiento del Más Alla con su olor a incienso.
Los días que corren, que como todo lo que corre viene de lejjos, junto con la dinámica que eso supone y que dejó atrás la estática de los días de Huizinga, trajo la vida a la tierra y con ello consagró el reino del dinero que, amen de no tener olor, es la democracia en estado puro. Desconoce merecimientos personales salvo el de la habilidad para conseguirlo. Por eso las bibliotecas tienen un sector privilegiado dedicado a los libros de Economía.