Un estimado amigo, docente universitario e intelectual socialista me pregunta: ¿Cuál liberalismo conviene discutir para aplicar en un país como el nuestro?
Sin duda, las resistencias a asumir el innegable éxito de la apertura económica comenzada a inicios de la década de 1990 invitan a ese tipo de planteamientos. Siendo que a la par dicha inquietud arrastra de partida una presunción abiertamente antiliberal: que la gente (en este caso, los peruanos) no está capacitada para ejercer sus derechos por sí mismos, sin tutor a cuestas.
Tal es como se cae en el mundo de los “técnicos”, o de los que presumen serlo. En suma, es el viejo aserto platónico que reza que sólo los que tienen el mando conocen la verdad (¿por eso mandan?). Así pues, los meros particulares sólo balbuceamos meras opiniones. En términos del pensador político bajomedieval Marsilio de Padua, sólo los príncipes y sus sucedáneos (la parte prevalente, diría él) proceden científicamente.
Al parecer, el anhelo premoderno del arribo del “hombre providencial” (flanqueado por su corte de sabios) sigue en pie. Un anhelo que trasladado a la racionalidad contemporánea apuntala la convicción de que sin un esquema a priori (y sin un líder) la vida es un doloroso trajinar o un imposible.
¿Realmente, eso es lo moderno? Si lo es, no es muy diferente del supuestamente superado orden mágico y teocrático que se asume hemos superado.
En concreto, la interrogante sobre cuál liberalismo nos conviene arrastra algo así como la sugerencia en aras de un plan nacional para ver qué “liberalismo” aplicar. Y si para el tema se convoca un concurso para que una consultora elija la mejor opción, no será de extrañar que la ganadora sea una ONG que pudiera concebir un liberalismo que hará feliz a los críticos locales del liberalismo. Por lo mismo, los demás liberalismos quedarán en la marginalidad. Quizá desde entonces las opiniones lanzadas desde estos liberalismos no oficiales encajen en la figura del negacionismo del “liberalismo marca Perú”.
Desde la perspectiva de que cada quien es libre de hacer con su vida y cosas lo que mejor le acomode, el absurdo de imponer un modelo es evidente. Y lo es por más democrático que sea el mecanismo para decidir qué liberalismo se apega más a “nuestra idiosincrasia”. ¿Será moral tratar a las personas como conejillos de indias?
Mi preocupado amigo juzga que los beneficios de la liberalización de los mercados han sido reales pero parciales, pues no han llegado a los más pobres. Corriendo el riesgo de que ello fuera cierto, ¿sería igualmente moral que los más desfavorecidos por el modelo neoliberal se rijan por esos esquemas asistencialistas que fracasaron rotundamente? ¿Esos mismos esquemas que al quebrar a todo un país (al descapitalizarlo) dieron paso a la implantación de ese modelo que hoy se quiere “morigerar”?
No olvidemos: el Perú de hoy no nació por una demanda ideológica (¿técnica-liberal?), sino por una urgencia extrema nacida por el colapso de un estado altamente regulador, dirigista y hasta empresarial. Fue esa catástrofe la que invitó al sentido común. Pensar que el derecho a ser libre sólo es para algunos y no para otros, es colegir que hay individuos condenados a no operar como el resto de los mortales. Por ello, ponerlos en cuarentena económica siempre será tan inmoral como ineficiente.