«Sabemos que en los Estados libres se suele nombrar a los magistrados por medio de sorteos y que esto se estima más de acuerdo con la libertad y la justicia, ya que todos los que ayudan a la república con el pago de sus tributos se hacen así partícipes de sus bienes y utilidades. Nosotros, al revés, llenamos los diferentes cargos que poseen dignidad o utilidad no por la suerte, sino por elección; y no elegimos a los hombres buenos, que sobresalen por su sabiduría o nobleza, sino a los satélites de los poderosos o a los ministros de sus apetitos y voluptuosidades, y a cuantos pueden servirles humildemente y sin escrúpulos. Con lo que viene a ser mínima o nula la autoridad de las magistraturas, puesto que los mejores y aquellos a quienes correspondía ejercerlas, conmovidos por una cierta libre indignación, se abstienen de los cargos públicos y con ello suministran a los pocos deshonestos mayor oportunidad de vejar y desgarrar la república» (Alamanno Rinuccini, De libértate (1479), cit. por Joaquín Barceló, «Selección de escritos teórico-políticos del humanismo italiano» (Documento), en Estudios Públicos, Nº 45, Santiago de Chile, 1992, p. 30.)
Los medios son siempre el camino para lograr un fin. De allí que no puedan ser iguales en todas partes. Eso no los hace menos legítimos unos que otros. Un país industrial como EEUU, donde el sentido de sus esfuerzos fue dirimido en lo que se conoce como Guerra de Secesión, no puede controponerse en sus medios con Argentina donde aun los productos primarios son la principal fuente de ingresos de divisas.
En EEUU, pareciera que preserva su sistema eligiendo entre quienes, como dice la nota, “ayudan a la república con el pago de sus tributos se hacen así partícipes de sus bienes y utilidades.” El sistema de nuestro país cumple igual fin eligiendo entre “cuantos pueden servirles humildemente y sin escrúpulos.”
En ambos casos, con prescindencia de la forma con que se eligen los magistrados, el fin es mantener el status quo.