¿Cuál era la noción de libertad que asumía Rousseau? Quizá la respuesta esté en la idea sobre el origen de la propiedad que ofreció, la que vamos a anteponer a la de su contemporáneo Adam Ferguson.
En su Discurso sobre el origen de la desigualdad entre los hombres (1755) Rousseau cincelará para la posteridad unas líneas abiertamente antimodernas y antiliberales que sin embargo serán obviadas hasta el grado de convertirlo erróneamente en ícono fundacional tanto de lo moderno como de lo liberal. En esa obra dice literalmente: «El primero a quien, después de cercar un terreno, se le ocurrió decir Esto es mío, y halló personas bastante sencillas para creerlo, fue el verdadero fundador de la sociedad civil. ¡Cuántos crímenes, guerras, muertes, miserias y horrores habría ahorrado al género humano el que, arrancando las estacas o arrasando el foso, hubiera gritado a sus semejantes: ¡Guardaos de escuchar a ese impostor; estáis perdidos si olvidáis que los frutos son para todos y que la tierra no es de nadie!»
Doce años después, Ferguson publicará An Essay on the History of Civil Society (1767). Sobre el mismo punto, estamos ante un parecer muy diferente. Si para Rousseau la civilización era un proceso de corrupción de la naturaleza humana (que hace que algunos pocos destruyan la sencillez y buena fe de muchos), para el profesor de filosofía natural (hoy física) de la Universidad de Edimburgo ese mismo hecho se leía a la inversa.
Contrario al parecer del pensador suizo, Ferguson expresó: «Aquel que por primera vez dijo: Me apropiaré de este terreno, se lo dejaré a mis herederos, no percibió que estaba fijando las bases de las leyes civiles y de las instituciones políticas. (…) Cada paso y cada movimiento de la multitud, aun en épocas supuestamente ilustradas, fueron dados con igual desconocimiento de los hechos futuros; y las naciones se establecen sobre instituciones que son ciertamente el resultado de las acciones humanas, pero no de la ejecución de un designio humano.»
En virtud a los textos ofrecidos, ¿hacia dónde conducirían las libertades de cada uno de los autores citados? ¿Realmente se puede hablar de un Rousseau liberal y moderno? ¿Lo puede ser aquel que pide volver a la vida «sencilla, uniforme y solitaria que nos estaba prescrita por la naturaleza»? Esa vida que en su edénica opinión, nunca se debió de haber abandonado. Mientras tanto, Ferguson sólo piensa optimistamente en lo que la vida le puede deparar al hombre en medio del espontáneo fragor de lo social, que se sustenta en una libertad capaz de poder transmitirla a los suyos y capaz también de fundar un orden afín a ella. Esto último es la otra cara de la transmisión a los suyos, el de una república forjada en base a un derecho intrínseco a todo miembro de la comunidad de propietarios donde para ser dueño de algo sólo hay que existir (no hay nadie tan pobre para decir que nada tiene que dar, ni tan rico como para decir que no necesita de los demás). Esa es la res publica, la comunidad de propietarios como cosa de todos.
Sin duda, Rousseau anhelaba la pequeña comarca autosuficiente antes que un concierto más vasto y dinámico, tanto de grandes ciudades como de pequeñas comarcas relacionándose entre sí.
(Publicado originalmente en Diario Altavoz.pe)