confundido_1Mientras una buena amiga me dice que “comunismo” y “socialismo” no son lo mismo, otro amigo socialista reivindica la trayectoria democrática de un antidemócrata. Y en medio de ello un ministro liberal avala con su firma y presencia el renacimiento del servicio militar obligatorio, la activación del estado-empresario y el reconocimiento de la autocracia chavista en Venezuela.

¿Será que la relativización del lenguaje político se encuentra en su máxima expresión? Si es así, asumo que la propia moral va por esa vía. Y en medio de todo, hasta la propia lógica. ¿Cómo es eso de decir que alguien que ha muerto en un barrio exclusivo de la capital y que nunca tuvo otro oficio que la política “vivió y murió en la pobreza”? ¿Habremos de estar ante un caso similar al de algunos de los altos mandos de la policía que con su magro sueldo logran adquirir imponentes residencias y autos de lujo sin el menor de los rubores?

¿No entiendo, no quiero entender o lo entiendo todo perfectamente? Así es como comprendo el Premio Nacional de la Cultura otorgado al padre Gustavo Gutiérrez. Lo comprendo porque en un país donde el doble discurso fue hace mucho desbordado por una intencionada polisemia, un amoroso sacerdote puede alentar al más fiero “guerrillero” (terrorista se dice hoy, algo así como un sicario de la justicia social) a masacrar a quien se le ponga enfrente por puro a amor a los “pobres de Cristo”. Por eso se le premia, y nadie dice nada. Absolutamente nada.

Cuando niño, una de las primeras figuras que siempre me pareció extraña a la política fue Andrés Townsend Escurra. Y digo que su presencia no encajaba en la política por la sencilla razón de que él era exactamente lo que se veía: un hombre decente. Entonces, ¿qué hacía ese señor en medio de gente totalmente distinta a él?

Sin dudas, eran los días cuando comenzaba a entender las cosas. Desde esa hora, la fidelidad partidaria nunca la entendí: en 1980 Townsend fue candidato del APRA a la vicepresidencia de la república luego de haber denunciado la infiltración de narcotraficantes en el entorno del aspirante a candidato presidencial Armando Villanueva del Campo. El “narco” Carlos Lamberg apareció en escena. También lo hizo un joven discípulo de Haya de la Torre, Alan García (el jefe de campaña). Mientras estos últimos personajes aparecían, Townsend desaparecía: después de la derrota electoral de 1980 prácticamente fue obligado a abandonar el partido de su íntimo amigo y “compañero” Víctor Raúl.

Perdón, pero el exceso de años no nos hace santos. Ni las canas tornan sabia y prudente a las personas. Pero tal parece que entre nosotros sí hay esos efectos, incluso hasta la hazaña de lograr borrar los antecedentes. Un viejo y respetado periodista una vez me contó que su primer recuerdo de lo que es la lucha política tiene nombre y apellido: Armando Villanueva del Campo dirigiendo un grupo de matones apristas (los tristemente célebres “búfalos”) por los alrededores del Parque Universitario en la década de 1940.

Esa es la imagen que muchos tuvimos de don Armando desde temprana edad. Ya estrenando “libreta electoral” no nos será fácil olvidar su antidemocrática frase ante la posibilidad de que Vargas Llosa gane las elecciones en 1990: Correrán ríos de sangre sí gana.

(Publicado originalmente en el Diario Altavoz.pe)

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