¿Qué tan moderna es la “educación pública”?

En 1691 el tenido como fundador de un movimiento espiritualista luterano (denominado pietismo) recibe una invitación desde Berlín. Es el rey de Prusia quien lo llama. A entender de Federico Guillermo I, aquél personaje tenía que ir a su encuentro para ponerse a cargo de un puntual objetivo: dar vida a la “educación pública”.

La idea del soberano era que los individuos se identifiquen plenamente con el estado y con la dinastía gobernante. Debemos de entender que ese era el programa máximo. Por deducción lógica, ¿el programa mínimo era que por lo menos se identifiquen sus súbditos con la dinastía gobernante?

PietistSi consideramos que el peistismo fue una reacción contra el “intelectualismo” de luteranos y calvinistas (asaz influidos por el iusnaturalismo racionalista de Hugo Grocio en el siglo XVII), no es muy difícil presumir qué es lo que se pretendía: volver a las Sagradas Escrituras y conducirse de acuerdo a ellas. Bajo ese impulso, en Frankfort del Meno el pastor alsaciano Philipp Jacob Spener había dado vida a sus “escuelas de piedad”.

Sin duda el eco de la corriente evangélica-luterana activada por Spener había llegado a oídos del rey. Por eso lo invitó a su palacio. Lo veía como el teólogo capaz de hacer calzar la mundanal existencia de sus gobernados con los “altos valores” de su reino.

La solicitud para que Spener se apersone a Berlín era una orden a cumplir inmediatamente. No en vano al señalado köning se le conocía como el “rey-sargento”. Desde estos influjos (el del verticalismo castrense y el del espiritualismo protestante) brotará en la primera mitad del siglo XVIII la semilla de la enseñanza obligatoria.

Así pues, ¿qué tan moderno fue ese proceder? Si durante el medioevo el objetivo de la Iglesia era contar con una grey humana afín a sus invocaciones, ahora un magnate germano reacio al racionalismo de librepensadores y humanistas tardíos toma para sí el legado escolástico. Sus miras son las de contar con un “rebaño de hombres” a su entera merced. Por ello de la necesidad de una “educación pública”. La otrora humanista educación universal pasaba a convertirse en una “exigencia nacional”.

Si con los carolingios la educación tenía “un norte” eclesiástico, ahora únicamente el estado marcaba la hegemonía. Distantes los tiempos de la armoniosa dupla Iglesia-Imperio, el sepultador y a la vez el heredero de los sueños de ambos enemigos brillaba en solitario. Por lo mismo, el fin de la instrucción pública debía de reforzar al vencedor.

Ante la atomización de credos después de la Reforma, la urgencia de apuntalar una forzada “socialización” activará una oculta pero notoria advertencia una vez instaurada la educación pública: te hemos formado para ser bueno, útil y obediente. Si escapas de ello, sabrás a qué atenerte.

¿No había mejor manera de convencer a las personas de una determinada “normalidad”? Dilthey dirá con inocultable orgullo que «Prusia fue el primer país que llevó a cabo lo que se había iniciado en Esparta, en la Roma imperial y en el impero de Carlomagno». Una patente secularización. Una clara confesión de una apuesta antimoderna, si por moderno se entiende la reivindicación del individuo y el orden que su individualidad expresa. Obviamente, la apuesta por una nación-monasterio antes que por un orden sin fronteras ni súbditos.

Publicado originalmente en Diario Altavoz.pe)

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