Paul Laurent

Las mayoritarias quejas de la ciudadanía sobre la “repartija” en la elección del Congreso de los nuevos miembros del Tribunal Constitucional y de la Defensoría del Pueblo ejemplifican lo que es un estado democrático apartado del “demos”. En ese caso, ¿el “demos” indignado es parte del “consenso de Lima” que Steve Levitsky trata con desdén?

Por lo pronto, nadie apunta a ninguno de los personajes elegidos para el directorio del Banco Central de Reserva. Asumo que sólo algunos radicales de izquierda pueden incluirlos en el lamento por la “repartija”, pero lo real es que hay consenso general sobre la calidad profesional de dichos personajes.

Ciertamente el peso de una “economía sana” (puntualmente una economía menos enferma que otras economías) tiene mucho que ver en esa diferencia de trato. Por lo mismo, el peso de una política no precisamente sana también tiene mucho que ver en la podredumbre que rodea la elección de personajes altamente discutibles para ocupar cargos públicos de tanta trascendencia.

Ya de por sí la “indignación” de Alan García por la “repartija” cierra el círculo de la política insana. Que él y conspicuos miembros de su partido lamenten lo ocurrido hay que tomarlo como un mero alarde de cinismo. Si su partido no participó de la “repartija” es porque apenas tiene cuatro congresistas, de lo contrario su nombre se hubiera sumado a los hoy por hoy máximos representantes de la insalubridad de la política nacional: Ollanta Humala, Lourdes Flores, Keiko Fujimori y Alejandro Toledo.

Y pensar que apenas hace algunos meses Luis Castañeda (líder de Solidaridad Nacional) dominó el espectro de personajes políticamente impresentables. Con la oprobiosa sesión parlamentaria del miércoles 17 de julio, la lista de impresentables se sincera, más el aval de Susana Villarán a Pilar Freitas, aupada por Perú Posible a la Defensoría del Pueblo.

Ello por el lado puramente político, las “grandes ligas” de las que hablaba Montesinos a sus tristes contertulios en la sala del SIN. Por el lado de la “sociedad civil”, que no es el de la sociedad en sí (algo similar a la “masa trabajadora” que representa la CGTP versus al resto de trabajadores del país; un 30% contra un 70% de la PEA) circulan cartas y comunicados con nombres de quienes lamentan la elección de personas carentes de “trayectoria democrática”. Cuestión de memoria: ¿acaso no fueron muchos de ellos los que llenos de emoción apoyaron la elección de un candidato presidencial igualmente carente de “trayectoria democrática”?

Si la indignación ciudadana es capaz de frenar esta afrenta a la moralidad pública bien podemos decir que estamos ante un panorama generosamente distinto. Quizá como pocas veces en nuestra historia republicana, la opinión pública arremete contra sus autocalificados representantes para exigirles un mínimo de decoro y estos entran en conmoción. Esa es la ventaja de un estado de derecho y de la democracia, a pesar de su fragilidad y elementalidad. Y también es la ventaja de un país con una “economía sana”, igualmente a pesar de su fragilidad y elementalidad.

Como se puede ver, la decencia y el sentido común no es parte de los que disfrutan del poder. Lamentablemente, tampoco de los que aspiran a esa cúpula de cristal. Esos valores se conservan mejor fuera de esos ámbitos, siendo que desde esa distancia se construye un mejor país. Ya sólo será cuestión de mantener las distancias. Lo que invita plantear una política distinta de “la política”: Un “demos” contra el poder antes que un “demos” ansioso de poder.

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