Paul Laurent
En su libro El nacimiento del mundo moderno (1992), Paul Johnson se preguntaba cómo fue posible que la revolución industrial sobreviniese en Gran Bretaña sin la participación de las universidades y del propio gobierno.
Quizás observando los rankings de los mejores centros de enseñanza superior del mundo se pueda obtener la respuesta, respuesta que en el historiador británico se dio en su momento: la revolución industrial no fue ningún producto de reforma educativa alguna, sino que fue hechura de una sociedad que en su agresivo proceso de capitalización requirió un conocimiento cada vez más técnico y especializado.
Por lo mismo, ¿es pertinente pensar que por decisión puramente legislativa un país pobre se puede obsequiarse una universidad o instituto de “primera clase”? Si se revisa la ubicación de las mejores 100 universidades del mundo ofrecido por el portal web USNews, fácilmente se verá que casi el total de esas casas de estudios pertenecen al “primer mundo.” El casi es cortesía de cinco universidades chinas, tres de las cuales es quedan en Hong Kong, antiguo enclave colonial británico. Por cierto, ese casi también incluye el detalle de que China es el único espacio no democrático de una generalidad acentuadamente democrática.
Así, de las 100 mejores universidades del mundo 61 pertenezcan al orbe anglosajón y 6 a ex colonias británicas (Hong Kong y Singapur). ¿Hay algo de qué sorprenderse? Tampoco debería de llamar la atención que Nueva York albergue en su suelo 4 universidades y Londres y Massachusetts 3. Y si jugamos a limitarnos con las 50 primeras universidades del mundo, veremos que 20 se ubican en los Estados Unidos, 8 en el Reino Unido, 4 en Australia, 3 en Canadá, 3 en Hong Kong, 2 en Singapur y ninguna en Alemania ni España (Francia tiene 2, en el puesto 34 y 41). Si descendemos a sólo mirar las 10 primeras, 6 están en los Estados Unidos y 4 en el Reino Unido.
La universidad de América Latina mejor posicionada es la de Sao Paulo, ubicada en el puesto 139. De las 400 universidades mencionadas, no hay no hay ninguna peruana. Pero medir “lo mejor” en base a ese grueso número es apartarse de la élite. Y ese apartamiento se ha ido dando a raíz de la cruda realidad que se ofrecía, cruda para las partes interesadas: los países que no tenían ninguna universidad ni instituto de enseñanza superior dentro de las 100 primeras. Por ello del agregado, y hasta de la subdivisión en regiones (por ejemplo, la sección “América Latina). Innegablemente, esa la única manera como casas de estudio relegadas aparezcan en la lista.
Vistas las cosas sin fantasías, es hora de reparar en el inmenso detalle de la importancia de la previa capitalización de un país antes que engañarse en apostar ilusamente por invertir la realidad desde la legislación. Esto último lo único que puede promover es la parálisis antes que la movilidad en un sector que no tiene sentido que crezca, se repotencie y progrese fuera de los marcos de una sociedad dinamizadora de economías y mercados. Tan sólo así es como la educación podrá ser conminada a mejorar, a ponerse a ritmo de lo que la productividad necesita. Pero si esto último no acontece, vano será el esfuerzo y las buenas intenciones de los legisladores.
(Publicado en Diario Altavoz.pe)