CasticismoEstamos ante un neologismo aportado por Miguel de Unamuno. Exactamente data de febrero de 1895, inserto dentro del ensayo «La tradición eterna» (posteriormente recogido en el libro En torno al casticismo de 1916). El Diccionario de la Real Academia Española lo hace suyo, señalando pobremente que es una voz que designa “la vida tradicional, que sirve de fondo permanente a la historia cambiante y visible.”

Ciertamente la pretensión del entonces joven Unamuno fue la de anteponer “intrahistoria” a “historia”. En puridad, pretendía ofrecerle a la gente común y corriente un término que acoja su aparentemente mediocre y silencioso día a día frente al estridente y pretensioso día a día de los que se juzgan a sí mismos como hacedores de “hechos importantes” (importantes, según ellos). Así es, los que hacen historia son los que firman comunicados, moldean el debate público, acaparan cargos públicos, se imponen, se ideologizan y hacen noticia. Los demás (los de la intrahistoria) quizás sólo podrán pugnar por salir en la sección policial de las noticias (sea como víctimas o victimarios), o en el mejor de los casos en la sección de temas vecinales.

Con dicha expresión Unamuno le obsequiaba a millones de seres humanos sumidos en el anonimato un nivel de relevancia que la historia (al igual que otros campos de estudio) suele soslayar. A lo mucho se los acoge en el rubro “historia de la vida cotidiana”. Todo indica que es una “historia” que la historia es incapaz de calibrar ni medianamente, pues está hecha de actores y situaciones no aptas para heroicos titulares. Si antaño los dioses fueron degradados por el ingenio de un tal Ulises (un tipo soez y ridículo), ahora aquel imaginativo griego (ideó el “caballo de Troya”) es a su vez desbordado por un gentío que ni siquiera se jacta de su crimen, el crimen de enterarse que cada uno de los bulliciosos iluminados que los gobiernan les son más estorbos que ayudas.

Verdad, la intrahistoria es para el vulgo. Un vulgus compuesto por personas que «(…) en todos los países del globo se levantan a una orden del sol y van a sus campos a proseguir la oscura y silenciosa labor cotidiana y eterna, esa labor que como la de las madréporas suboceánicas echa las bases sobre que se alzan los islotes de la historia. (…) Esa vida intrahistórica, silenciosa y continua como el fondo mismo del mar, es la sustancia del progreso, la verdadera tradición, la tradición eterna, no la tradición mentira que se suele ir a buscar al pasado enterrado en libros y papeles, y monumentos, y piedras. (…) Los que viven en el mundo, en la historia, atados al “presente momento histórico”, peloteados por las olas, éstos no creen más que en las tempestades y los cataclismos seguidos de calmas». (sic)

El tono es de denuncia. Unamuno sacaba de la manga esa alocución para combatir un providencialismo secularizado, pero providencialismo al fin y al cabo. Sea el de la fiebre historicista de recrear los hechos que habrán de suceder indefectiblemente tanto como los que (por tradición) no se pueden permitir que acontezcan. Misteriosas razones para que las selectas minorías se asuman como conductores de los desavisados intrahistóricos, esa inmensa mayoría forzada a seguir los dictados y visiones de sus ocasionales y cada vez más innecesarios “pastores de hombres”.

(Publicado originalmente en Diario Altavoz.pe)

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