Paul Laurent
En 1933 Henri Pirenne anotaba que los ingleses de fines de la baja edad media se conformaron (sin enfado ni rencor) con nutrir de lana a los talleres textiles de los ya por entonces ricos y pujantes Países Bajos. Y lo dice de esta manera: «Fueron para ellos lo que la República Argentina y Australia son en nuestros días para la industria textil de Europa y América. En vez de entrar en competencia con ellos, se esforzaron en aumentar cada vez más las producción de aquellas lanas, cuya venta era segura.»
Como muchos en su día, aún Pirenne consideraba a Inglaterra la mayor potencia económica del mundo. Un caso similar al de Adam Smith, que todavía en la segunda mitad del siglo XVIII veía a Holanda superior a Inglaterra a pesar que ya no lo era. Sin duda en su momento (siglo XVI) los holandeses también se tuvieron a sí mismos por debajo de los venecianos no obstante que la otrora todopoderosa y muy católica “Serennisima” no pasaba de ser un buen recuerdo.
Como es de ver, el historiador belga hacía referencia al proceso de capitalización de una nación que pasadas las centurias alcanzará la cúspide del progreso. Esa misma nación que como su otrora compradora de lana (los Países Bajos, lo que hoy son Bélgica y Holanda), sigue siendo un país desarrollado. Igual podemos decir de Bélgica y Holanda (incluso hasta de Venecia, oficialmente desaparecida por Napoleón en 1797 e inserta en lo que hoy es Italia), sociedades que se capitalizaron previamente a los ingleses.
En la primera mitad del siglo XIX para Alexis de Tocqueville hablar de Inglaterra era evocar el centro natural de la industria y del comercio mundial (la fábrica del mundo, a partir de la revolución industrial), un rol que veía que sería eficientemente replicado en la recién nacida Unión Americana. Pero esa imagen ya es muy distante a sus orígenes. Si no hubiera existido un comprador tan ávido de lo único que por entonces podían ofrecer los ingleses al comercio internacional, las cosas hubieran tomado el mismo rumbo que tomó Argentina para desaparecer del club de las naciones prósperas. Un caso contrario al de Australia, un país-continente que asomó al club de las naciones ricas bajo el mismo esquema “primario exportador.
Ese es el punto: los ingleses simplemente se involucraron en la dinámica que la industria textil flamenca activó a gran escala en el siglo XII, para pasados los años proceder a emular a sus mentores aprovechando esa previa capitalización (en el siglo XVI la lana española sustituirá a la inglesa). Producir bueno y barato (o por lo menos lo mismo y barato) siempre garantiza el éxito, sino que lo diga Japón, Corea del Sur, las naciones del sudeste asiático (con Singapur a la cabeza), India y China continental replicando el sistema de la otrora colonia británica: Hong Kong.
De esa forma es como se activó a gran escala todo un discurrir operativo desde la época romana, pero que realmente databa de la época celta cuando los residentes de los valles del Lys y del Escalda trabajaban la lana de las ovejas que abundaban en sus húmedos pastizales. Ya con los romanos aquellos rústicos tejidos fueron transformados, procediendo a exportarlos a la propia península itálica (siglo II). Cuando la desintegración imperial (siglo V), los invasores francos no afectarán dicha industria. Jacques Le Goff verá signos de reactivación de mercados entre los siglos VIII y IX. Pirenne lo asumirá como un “renacer”. Puntualmente lo tendrá como una mera «prolongación de una actividad que se inició en tiempos del Imperio romano…»
He ahí la importancia del desarrollo inglés. Reactivó no sólo mercados, sino que integró a otras sociedades (mercados) siguiendo la senda trazada por los romanos.
(Publicado originalmente en Diario Altavoz.pe)