Paul Laurent

Albert-CamusEn la estela de Zola, Albert Camus acusó la mentira y la venalidad de quienes irrumpieron en escena blandiendo los más altos valores de la humanidad. Arrancado el disfraz, sólo las más bajas pasiones de esa misma humanidad campeaban por doquier. El mundo inmediatamente posterior a agosto de 1914 únicamente podrá ser entendido desde esa insana inversión de valores.

En términos de Stefan Zweig, el mundo de ese momento, como todos los puentes a los de ayer y a los de anteayer fueron destruidos. Entre delirantes visiones imperiales e infecciones ideológicas (el paroxismo de los ismos sólo equiparable a las guerras de religión de los siglos XVI y XVII), cada uno de los soportes de la pax forjada por el librecambio decimonónico fueron socavados. Ya sólo bastará con recordar a un estéticamente enajenado Thomas Mann reclamando (en agosto de 1914) la aniquilación del “espantoso mundo” en el que vivía a la vez que buscaba los medios para no ser llamado a filas.

En lugar de la denostada civilización demoliberal se alzará un orden de estados-nación xenófobos y autárquicos. Lo que siguió fue la abierta negación de los “valores burgueses”. Eso fue parte medular del “nuevo amanecer”. La palabra empeñada, el respeto a lo ajeno y el cosmopolitismo fueron motivo de burla y desprecio. De izquierdas a derechas, toda solución iba por reprimir derechos y reforzar las fronteras. Con todo, en muchos de los jóvenes cultos y educados de aquella Europa aún había resquicios de la vieja “moral burguesa”.

Desde esos “resabios” más de un fogoso militante comunista europeo-occidental no estuvo en condiciones de comprender las enrevesadas justificaciones del pacto de “no agresión” nazi-soviético de 1939. Una “no agresión” que los ahora socios antiliberales concretaban dividiendo para sí Polonia, persiguiendo conjuntamente enemigos de raza y de clase e intercambiando prisioneros. He aquí el mayor punto de quiebre que paradójicamente “pequeños burgueses” marxista-leninistas justificarán sin rubor, pero que “campesinos” como Camus no.

Así es, el autor de La peste no soportará la escandalosa sumisión del PC francés a Moscú. Pero lo que quizá lo haya remecido más fue el que la alta dirigencia bolchevique ose tratarlo como un monigote. Obviamente ese apartamiento lo ubicará a las filas de los enemigos del proletariado. Apenas dos años antes André Gide (otrora miembro de la ultracatólica Action française e inspiración literaria para Camus y su generación) había escrito en su Journal que «los futuros historiadores examinarían cómo el espíritu comunista dejó de estar opuesto al espíritu fascista e, incluso, de diferenciarse de él.»

Muchos pasarán de la militancia revolucionaria al desengaño. Camus no será la excepción. Luego de la segunda guerra mundial su aproximación al movimiento anarquista responderá a la necesidad vital de ser intelectualmente libre. La publicación de El hombre rebelde en 1951 fue parte de esa liberación. Rechazaba ser un “intelectual orgánico”. No estaba para farsas.

En vida de Lenin, la revolución había promovido la interacción entre los ciudadanos de la república de las letras y los neoesclavos del proletariado. La desconexión entre los dos tipos de hombre será palmaria. Cuando el Consejo de Comisarios del Pueblo se instale en 1917 (el primer gobierno soviético), la predominancia de los intelectuales será notoria: once intelectuales frente cuatro obreros. Una tragicomedia que el futuro Premio Nobel de Literatura 1957 no estuvo dispuesto a seguir. Ese librepensador nacido de una madre sorda y analfabeta que logró ser una de las voces más elevadas contra esa enfermedad de la razón y de los valores antiliberales llamada comunismo.

(Publicado originalmente en Diario Altavoz.pe)

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