Paul Laurent
Según la Cámara de Comercio de Lima, los tratados de libre comercio (TLC) no han rendido los frutos esperados. De los 17 acuerdos de apertura comercial que el estado peruano ha firmado, únicamente 6 son debidamente aprovechados.
En el acto, los directamente involucrados en la gestación de esos acuerdos han salido a desmentir esa aseveración. En el caso de Alfredo Ferrero (ex ministro de Comercio Exterior), los TCL sí funcionan. Lo que acusa el principal impulsor de dichos tratados es la juventud de los mismos, la aún no identificación de oportunidades de negocios a aprovechar y la presente crisis europea (como hasta hace poco la estadounidense).
Con todo, lo que queda claro es que ni los más entusiastas de esos tratados ni los detractores de los mismos han alcanzado a cubrir sus expectativas. Así es, ni el cielo ni el apocalipsis ha descendido sobre nosotros. Lo que impera es un comercio internacional aún poco explotado. Acaso un comercio internacional que aún no está en condiciones (por su escaso volumen) de impactar radical y positivamente en el día a día de la gente. Así pues, los TCL no han logrado transformar la economía de un país con alrededor de 29 millones de habitantes de los cuales unos 11 millones son pobres (según el Centro de Investigación de la Universidad del Pacífico).
Ciertamente la economía peruana no es la misma, pero no lo es desde una década antes de firmar el primer TLC, cuando se rebajaron los derechos aduaneros a las importaciones y se aligeraron los procesos burocráticos para comprar y vender a ese nivel. Ello no quiere decir que dichos tratados sean poca cosa, que no han sumado nada. No, es imposible catalogarlos como intrascendentes. No lo pueden ser, aunque la inexactitud de su nombre (“tratados de libre comercio”) exprese una media verdad. Lo único real es que son tratados, los que se dan entre estados soberanos. Lo falso es que sean de “libre comercio”, lo que se da con los individuos.
¿Cómo puede denominarse “libre comercio” al resultado de extensas negociaciones entre representantes de un gobierno (con sus empresarios a cuestas) y de otro (también con sus empresarios a cuestas) que terminan firmando una detallada lista de bienes a comerciar “libremente”, dejando a su vez fuera de esa graciosa libertad otras listas de bienes? No sería más ajustado a esa denominación permitir que cualquier persona tuviera el derecho de comprar y vender fuera de las fronteras sin mayor carga tributaria. Para que ello se haga posible no habría más gasto por parte del estado que lo que cuesta la tinta y el papel donde el presidente de la república y alguno de sus ministros quemen algunas calorías decretando la abolición de todo impuesto a la entrada y salida de mercancías.
Si la razón para oponerse a un comercio libre unilateral es que los otros países se resisten a aplicar las mismas políticas de apertura, continuaremos vedándonos la posibilidad de poder tener una gama más amplia (inmensamente más amplia) para adquirir productor de todo tipo, precio y calidad. Ello de por sí mejoraría el nivel de vida de la gente (especialmente a esos 11 millones de pobres), activando a la vez un alto nivel de capitalización y de ahorro que rápidamente se reorientaría a financiar otras variables poco o nada atendidas precisamente por falta de recursos (por ejemplo comprar mejor salud y educación).
Sin duda a ningún gremio empresarial le gustaría alentar algo parecido como dejar en libertad de acción a aquellos tiene como consumidores casi exclusivos. Pero si hablamos de libre comercio esa libertad de acción debería de primar por sobre los intereses de una minoría. Si los TLC ya existen, es hora que el libre comercio también exista.
(Publicado originalmente en Diario Altavoz.pe)