IstorieEl que la gran virtud de la democracia esté en privilegiar la transmisión pacífica del poder político, no la exime del todo de lo que ella siempre ha evitado: la violencia.

Ni las sociedades recientemente afiliadas a la democracia ni las democracias más antiguas y prestigiadas se libran de ese factor. Ya únicamente habrá que ver las noticias para saber de puyas, de ilegales escuchas telefónicas, compra de votos y de puestos en las listas de candidatos, extorsiones y maledicencias de todo tipo, junto a un largo etcétera de muchas más agresiones.

Claramente la ambición por el poder desquicia al que más de los que lo pretenden. Esa es una constante que el sistema democrático está lejos de extirpar. ¿Se puede decir que la ha rebajado? Complicado lanzar un sí, sobre todo si hay quienes tienen a la democracia como un paso franco a los paraísos de los experimentos redistributivos.

Sobre el tema, en la bajomedieval República de Florencia se inventó un mecanismo para eludir alteraciones mayores dentro de su esquema de elección de magistrados. Ciertamente el escenario florentino de los siglos XIV y XV no encaja en lo que hoy se entiende por democracia, pues institucionalmente hablando era una turbulenta república de estamentos (básicamente de pujantes estamentos comerciales). Con todo, aquella ciudad nunca dejó de perseguir el viejo ideal de que todo ciudadano era igual ante la ley. Por lo mismo, el anhelo de vivir en paz los empujaba a revisar continuamente su institucionalidad para llegar a ese fin.

Aquella propensión práctica a ajustar las veces que sea necesario su sistema político para suprimir altercados y fricciones los llevó a instaurar un mecanismo de elección de funcionarios públicos basado en el sorteo (según Maquiavelo, en Aragón el rey Alfonso V también introdujo ese sistema para la atribución de cargos). Innegablemente la inspiración griega se dejaba sentir, pues en ellos esa solución estuvo presente, aunque también de modo episódico.

Así es, las llamadas “insaculaciones” se dieron en Florencia por breve tiempo. Y no porque el sistema en sí fuera un fiasco, sino porque las frecuentes rupturas legales de los poderosos las ahogaron. Es decir, las insaculaciones fueron parte de unas reglas de juego que los jugadores no estaban dispuestos a respetar de buenas a primeras. Ello acontecía también con las leyes que prohibían la acumulación de cargos en una misma persona y las que impedían que varios miembros de una misma familia pudieran desempeñar a la vez sendos cargos públicos.

Concretamente, las insaculaciones consistían en poner los nombres de los candidatos a todas las magistraturas de la república en un saco o bolsa. Dicho morral se guardaba lacrado hasta la siguiente elección, donde recién se abriría para someterlo a la suerte. Luego de ese juego de la fortuna y nombramiento, en el acto se procedía a depositar en el saco los nombres de los candidatos a ser sorteados y elegidos en la próxima elección (la que se daría varios años más tarde). Como se ve, se buscaba rebajar los más posible los sobrecargados ánimos de electores y posibles elegidos. Y acaso hasta los ánimos de los propios garantes de los escrutinios.

A decir de Maquiavelo en su Historia de Florencia, con ese procedimiento la ciudad se libraba «de preocupaciones y de motivos de lucha, que siempre surgían en el momento del nombramiento de los magistrados por el gran número de competidores.» Según el mismo cronista, aquella bolsa electoral le dio a Florencia su mejor momento paz y tranquilidad republicana.

(Publicado originalmente en Diario Altavoz.pe)

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