Son los mismos, los mercantilistas de siempre. Sí, esos que se dicen “liberales” creyentes en el mercado libre pero no en la libre elección.
Vienen de antaño. En los años noventa justificaron el “rescate” de bancos en quiebra. Rescate con dinero público, se entiende. Hoy proceden a dar su bendición a lo mismo: que el estado obligue (a través de la ley) a la gente a financiar aventuras empresariales particulares.
Así es, desde agosto los menores de cuarenta años tendrán la obligación de “aportar” a las AFP. Los que ya tenían contratada una AFP seguirán en la misma, los que no deberán de cotizar a la que el estado les ha designado. Claro, también pueden irse a la quebrada ONP. Como dirían estos campeones del neoliberalismo, es parte del derecho a escoger.
Cinismo puro. Lo propiamente liberal es que cada quien se haga responsable de su propio destino. Y mayor aún si el potencial “irresponsable” es el exclusivo dueño del dinero.
Que la razón para forzar a la gente a “invertir en su futuro” se sustente en el argumento de que ello se da “en todo el mundo”, es tan cierto como antiliberal. Sólo hay que repasar la historia del siglo XX para concluir que ese tipo de “políticas públicas” no encajan con los principios más elementales del liberalismo. Por algo el estado de bienestar es la antípoda del régimen del laissez-faire, si es que no se han enterado.
Si hasta pocas semanas antes de las elecciones presidenciales del 2011 el temor estaba en que el entonces candidato Ollanta Humala proceda a expropiar la ingente riqueza acumulada en las AFP, en el presente el grueso de aquellos “temerosos liberales” justifican el viraje: es mejor expropiar a la gente común y corriente (mejor si son menores de cuarenta años) que al abierto mercantilismo de las AFP.
Claramente, tanto al mercantilismo como al socialismo les urge el estado para dar vida a sus megalomanías.
El antiliberalismo y la estatolatría son masivos en el Perú, y cabría preguntarse si no sería más honesto renunciar de una buena vez a aquello de “ser responsables del propio destino”. Dije “más honesto”, y no “mejor”, pues no hay forma de que sea esto último, algo que ha demostrado la historia. El problema es que no lo vemos pues el pensamiento acrítico es también masivo, consecuencia de haber renunciado hace mucho tiempo a ser responsables del propio destino, contentándonos con soluciones mediocres como la ley Mora. Soluciones mediocres para un país mediocre, forjadas por seres mediocres. Es lógico, y terrible, y probablemente insoluble. Es como pedirle a un ciego de nacimiento que nos hable sobre el color: No puede hacerlo porque no puede verlo.