tontosPoco más de cien años atrás, Max Weber se sorprendía del grado de mediocridad del grueso de los políticos norteamericanos.

A primera vista, esa mediocridad no iba en directa relación con el grado de apabullante desarrollo que por entonces los Estados Unidos iba alcanzando. Empero, el acucioso sabio alemán no se dejaba llevar por meras impresiones. Así pues, Weber concluía que el bajo nivel del factor humano involucrado en la política norteamericana no era accidental. Según su parecer, el sistema legal estaba hecho para que los “más aptos” quedaran relegados en el camino hacia el poder.

Weber estaba discurriendo el velo de la institucionalidad forjada por los “padres fundadores” para salvaguardar un determinado estilo de vida. Es decir, para salvaguardar un orden de cosas que (según siempre los “padres fundadores”) tenían que ser apartadas de la arbitrariedad del gobierno. Por ello de la importancia de sujetarse a las leyes antes que a los devaneos y sensualidad de los hombres.

Frente a este último canon, la presencia de políticos superdotados se alza más como una amenaza antes que como una bendición. Y ello porque la religiosa espera del arribo un de émulo del sabio e inteligente Salomón invita a relajar todas las amarras legales contra los políticos tontos y corruptos.

La obsesión por el político ideal hace que se tenga que soportar a gobernantes situados en las antípodas de ese cándido anhelo. Realmente, una ingenuidad que ha traído como resultado el arribo de los indeseables más variados. Es lo que suele suceder cuando se dejan las puertas abiertas de la casa y la mesa servida. Ante ese panorama, los individuos de mejor perfil moral e intelectual se abstendrán. Empero, los de peor hoja de vida se asomarán por doquier.

Como se ve, ya de por sí hablar de mediocridad es partir de un generoso punto medio que igualmente habrá de ser desbordado. Así es, que en líneas generales los mediocres tengan las mayores opciones para gobernar sin duda alentará que gente ubicada por debajo de ese horizonte (donde campean antisociales probados y potenciales) se sienta en condiciones de aspirar a ese mismo norte. Por ende, lo inteligente será apostar por una institucionalidad que asuma que ese tipo de personas habrán de ser sus principales usufructuarios.

Si se juzga que el grueso de los actores políticos son en su inmensa mayoría exactamente lo opuesto de lo que gritan ser, no será nada complicado comprender el peligro que acarrea que dichos leviatanes capturen las máximas magistraturas del estado. Ello será radicalmente grave si aquellas magistraturas permiten altas cuotas de arbitrariedad, que es lo que el moderno constitucionalismo consagra. Claramente, una postura antagónica al cargado escepticismo que el constitucionalismo clásico antaño exhibía. Abiertamente, un constitucionalismo desconfiado del poder, que no lo veía con optimismo, que le repelía.

Que un ejército de tontos, ignorantes y alucinados amenace con “mejorar” a la sociedad puede causar risa (y hasta ternura, si es que se tienen los sentimientos contrahechos), pero cuando esa posibilidad se torna real sólo un cuerpo legal erigido contra los “genios políticos” sabrá limitarlos. Pero si ese cuerpo legal ha sido diseñado para favorecerlos, lo más probable es que se tenga que soportar los disparates de los profetas del Mesías antes que la propia lumbre de este escurridizo y nunca habido Salvador.

(Publicado originalmente en Diario Altavoz.pe)

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