En una escena de la película Diarios de motocicleta (2004), un joven Ernesto Guevara lee con suma atención los 7 ensayos de interpretación de la realidad nacional de José Carlos Mariátegui. Ya en la realidad, por esos mismos años (los cincuenta) otros jóvenes igualmente leyeron ese libro. Muchos pasaron por ese ritual en medio de una década de episódica bonanza económica y de dictadura. En ese ambiente, un estudiante de filosofía arequipeño no sería la excepción.

Estamos hablando de Abimael Guzmán, quien en Ayacucho lideraría grupos de lectura (con escolares y universitarios) alrededor de la obra de Mariátegui. El señalado profesor de la Universidad de Huamanga comandaba desde 1963 un comité regional del Partido Comunista Peruano denominado “José Carlos Mariátegui”.

Así pues, serán estos lectores del fundador del Partido Socialista Peruano (luego rebautizado como “Comunista” por el estalinista Ravines) los que le pongan nombre a la organización terrorista encabezada por el “presidente Gonzalo”. Tal es como surge Sendero Luminoso. Cierto, no fue Guzmán el que le colocó el nombre. Fueron sus alumnos.

Ello en 1969, año en el que Vargas Llosa se pregunta desde una de sus novelas ¿cuándo se jodió el Perú? El nomen brotó como un lema, en el momento en el que aquellos muchachos formaban parte de la fracción maoísta del Frente Estudiantil Revolucionario. Y desde esa denominación (ya adultos) procederán a bañar de sangre al Perú a partir de mayo de 1980, especialmente al propio Ayacucho. Así es, Por el sendero luminoso de Mariátegui dará vida al movimiento terrorista Sendero Luminoso.

Claramente, aquellos lectores de soflamas revolucionarias no hicieron más que proceder en consecuencia. Terminarían teorizando que su toma del poder tendría el “revolucionario” costo de no menos de un millón de muertos. Como se ve, no precisamente fueron las condiciones materiales del mísero campesinado las que los empujaron a la acción. Más bien fueron las condiciones “pequeño burguesas” que el estado les brindó (dándoles empleo a sus líderes y educación gratuita a sus huestes) lo que les permitió vislumbrar su vesánico optimismo.

Ayacucho era muy pobre, pero contaba con una alta tasa de estudiantes (básicamente usufructuarios de la educación pública). Hacia 1972, la suma de estudiantes secundarios y universitarios alcanzaba al 25% de la población. Sólo los universitarios significaban por esa fecha casi el 10% de la población de la ciudad. Por ende, el poder del gremio docente era inmenso. Y hacia ese segmento Sendero Luminoso apuntó. Al fin de cuentas, no hacían más que imitar el proceder del primer partido que sacó provecho de esa importante parcela estatal: el APRA, fundado por Víctor Raúl Haya de la Torre, otrora amigo y luego rival de Mariátegui.

Para más señas, incluso los apristas acusarán que Mariátegui fue aprista (igual dirían de Ravines). Con todo, el Perú de hoy no es el que soñaron ni Mariátegui ni Haya de la Torre. Mucho menos el que idearon Polay Campos (el otro terrorista exaprista que en su momento tantos suspiros causó a la “izquierda moderada”) ni Guzmán.

Palmariamente, nuestro presente es una total negación a estos personajes que hoy dan sus nombres a plazas, calles, universidades, institutos, academias y colegios (sean públicos o privados). Así es, estamos frente a quienes han construido un tipo de discurso político que ha inspirado a generaciones. En lo inmediato, desde esas “líneas maestras” es desde donde siempre se ganan las elecciones.

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