Ya que actualmente el tema tributario se encuentra bajo dominio exclusivo de los tecnócratas formados bajo el rigor de que el estado ideal es el estado del bienestar, no está demás imaginar la ausencia de diferentes hitos de la historia si ello siempre hubiese sido así.
Si en el lejano año de 1215 el norte a seguir hubiese estado en dar vida a un asistencialismo gubernamental como el que hoy se demanda, la gesta que llevaron a cabo un puñado de aristócratas ingleses no hubiese tenido razón de ser. Como se recuerda, se alzaron en protesta contra la abusiva costumbre del monarca de poner impuestos sin justificación alguna.
Para la posteridad, de esa pugna entre estamentos se hará célebre el principio de que no hay impuestos sin representación (no taxation without representation). Es decir, todo impuesto debe de ser consultado tanto como vigilado. En pocas palabras, tienen que haber un por qué para su creación tanto como un debido control en su utilización.
Desde esa hora, será imposible entender el surgimiento del gobierno limitado fuera de la vigilancia del gasto público. Al fin y al cabo, el gobierno no genera recursos. Así pues, se circunscribirá únicamente a gastar los aportes de los contribuyentes. Motivo suficiente para que esos caudales no queden al libre arbitrio del monarca.
En esa línea, el endeudamiento y la emisión inorgánica de dinero por parte del estado destruyen la ligazón entre mandante (el ciudadano) y mandatario (el gobierno). Recordemos, por entonces lo público no recaía en un príncipe absolutista, sino en una institucionalidad republicana establecida para velar por los derechos de los contribuyentes. Derechos que irán en directa relación con lo aportado.
Tal es como por aquellos tiempos se teorizaba para someter las ocurrencias de los potenciales príncipes absolutistas y las de sus técnicos. Cuando estos asomen por Inglaterra a inicios del siglo XVII, la gesta de 1215 resurgirá. Ahora será el pueblo quien le ponga freno a una monarquía que anheló desbordar los límites de sus funciones. Esa fue la obra de personajes como Edward Coke, John Milton, Algernon Sidney y el propio John Locke.
A mediados del siglo XVIII los colonos ingleses de Norteamérica también rescatarán los sucesos de 1215. Los impuestos carentes de explicación y de control soliviantaron sus ánimos, alzando su voz de protesta hasta el grado de sublevarse y fundar la primera nación adscrita al ideario de los derechos naturales y el gobierno limitado que la historia conozca (según Karl Polanyi, un imposible).
Como vemos, contra cada una de las señaladas experiencias revolucionarias nadie blandió causales de “justicia social” ni mucho menos se argumentó puntos de vista técnico-económicos que avalaban la permanencia de un estado capaz de brindar (por propia decisión) prestaciones en materia de educación, salud, pensiones (de desempleo y jubilación), agua potable, electricidad y transporte público (entre otros) a amplios sectores de la población, si importar si realmente contribuyeron.
Sin duda, ese tipo de causales les hubiera parecido a los ingleses de los siglos XIII, XVII y XVIII meras artimaña para rebajar sus innatos derechos. Concebían por experiencia que sobrealimentar de prerrogativas al poder político acarreaba una severa afectación de sus fueros y patrimonios. Ciertamente, juzgaban que ya tenían suficiente con que el estado monopolice la policía, el ejército y la justicia.
(Publicado en Dario Altavoz.pe)