En Liberalismo (1927), Mises anotaba que hasta los políticos liberales relegan a un cierto limbo las ideas que les amamantaron cuando llegan al poder. Empero, ¿qué decir de aquellos liberales que aún no han llegado al poder y relegan a la primera de abastos las ideas que dicen defender?
En general, las ideas suelen ser tomadas por los políticos para enmascarar sus pretensiones personales. Es decir, le sirven para decorar con palabras y frases ingeniosas su egocéntrico camino hacia el poder. Y ciertamente, ello no es ajeno a los llamados “políticos liberales” (o “libertarios”). Todo lo contrario, los hechos suelen confirmar que comparten con el grueso de los políticos a los que atacan el mismo perfil patológico y moral. Por eso en sus manos todo principio se suele corromper.
En conclusión, nada bueno se puede esperar de los “políticos liberales” (o “libertarios)” si es que sobre ellos no se impone el peso de una sociedad que ha tomado para sí el afecto por la libertad. Pues sólo si la mayoría de la gente asume esos principios y los hace suyos, los políticos (cualquiera sea su bandera ideológica) procederán de acuerdo a los gustos y preferencias de dicho consenso ciudadano. Ver las cosas a la inversa es abonar por una visión principesca de la política y del liberalismo antes que por una visión realmente social del mismo.