No tengo dudas de que el recientemente condenado ex ministro de justicia aprista Aurelio Pastor tiene no sólo muy bueno amigos, sino también una considerable cantidad de notables a su favor. Sin ser precisamente amigos suyos, estos hombres y mujeres de distintas profesiones y actividades que hoy lo defienden consideran que su condena a cuatro años de prisión efectiva huele a injusticia.
A todas luces, aquí estamos ante el peso que el cultivo de las relaciones sociales al fin y al cabo otorga. ¿Alguien habló alguna vez de la componenda limeña, de solera virreinal? Obviamente, un espíritu de cuerpo que muy pocos sentirán. Y ello porque muy pocos son los que lo disfrutan. Puntualmente ese exclusivo club de notables que juzgan que las leyes son para todos los demás, menos para ellos. Tal es como se habla incluso de la inaplicabilidad de la norma que condenó a Pastor, entendiendo que dicha inaplicabilidad sólo será válida para los abogados, pero no para el resto de los mortales.
Por lo mismo, resulta por demás sugestivo que el congresista Mauricio Mulder (conspicuo militante aprista) se haya limitado a expresar en su cuenta de Facebook su solidaridad con Pastor catalogando a la sentencia judicial de desproporcionada. Sintomático que un abogado como Mulder eluda referirse a lo injusto de la sentencia, concentrándose en expresar su lamento por la rigurosidad de la pena. Es decir, estamos ante una voz solitaria dentro del universo de “amigos” de Pastor que aparentemente no está dispuesto a reclamar su inocencia.
Fuera de entrar a discutir el tenor de la decisión judicial, lo que llama la atención es la variopinta cantidad de “amistades” que este tipo de situaciones ha terminado activando. Sin duda, no estamos únicamente ante familiares, amigos de toda la vida y militantes del partido. No, las voces que protestan trascienden ese marco. He ahí lo interesante.
¿He aquí los coros de quienes no aceptan que todos somos iguales ante la ley? Coros espantados, maldicientes y quejos de por qué ahora a los jueces se les ha ocurrido aplicar la norma tal como la propia norma lo permite. Qué sospechoso suena eso entre nosotros, donde la impunidad tiene tradición y la justicia suele tener los ojos demasiado abiertos para mirar (y hasta oler) a quien premia o decapita.
Claramente, a estos coros les aterra los magistrados que no son capaces de verlos ni reconocerlos. Unos jueces ajenos a su aureola, que no van a sus tertulias, que no comparten sus saraos ni los colegios de los chicos. Así es como dichos togados se les presentan como un peligro.
No por algo la política es el camino más rápido para enriquecerse y elevarse socialmente, siendo que unos magistrados distantes de esos contrahechos “emprendedores” (la cara opuesta de los que se enriquecen satisfaciendo las necesidades de la gente en el mercado) dan la impresión de no encajar con el subliminal sistema de favores mutuos que responde a la criollísima lógica del “hoy por mí, mañana por ti”.
Cuestión de relaciones sociales. ¡Cuánto se agradece que los jueces sean ajenos a ellas! Que sean unos personajes aburridos y huraños, unos plomazos distantes de aquellos espacios donde los más variopintos personajes pujan por brindar su mejor sonrisa para demostrarle al fotógrafo de turno qué tan importantes son.
(Publicado en Altavoz.pe)