Presidencia de la República del Perú¿Cuántos peruanos se enteraron que su presidente estuvo en Panamá?

Admitamos, la pregunta tiene algo de maldad. En general, al gruesos de los treinta millones de peruanos la política le interesa poco o nada. Con mayor razón, la presencia de Ollanta Humala en la VII Cumbre de las Américas les fue menos comestible de lo que fue la reciente censura (después de cincuenta años) de la primera ministra Ana Jara por obra y gracia de la oposición y el arribo de su remplazo: el liberal Pedro Cateriano.

Por ahí no faltará algún “tipo extraño” que sí estuvo atento, pero no precisamente por lo que pudiera decir el presidente. Y ello porque lo más llamativo estuvo en el regreso de Cuba a la Organización de Estados Americanos (OEA) y la crisis venezolana.

Puestas así las cosas, es comprensible el por qué el peruano promedio prefiere dirigir su atención a otros asuntos. Siendo esos “otros asuntos” los que atañen a su propia existencia. Como se suele decir en las calles, para qué viajan tan lejos los políticos si los problemas que tienen que resolver están aquí.

¿Vox populi, voz Dei?

Según el canon liberal, a los gobiernos sólo les atañe velar por los intereses de sus ciudadanos. Es parte del discurso en favor del gobierno limitado. En esa medida, eventos como el de la cumbre desvían la atención de unas autoridades que sólo deberían concentrar sus energías en velas por lo que acontece dentro de su jurisdicción. Empero, si hacemos memoria no será complicado advertir que precisamente desde el universo de esas autoridades se ha recreado toda una romántica historia (a pesar de los innumerables fiascos) sobre la importancia del panamericanismo.

Si en términos médicos los esquizofrénicos escuchan voces que termina por alterar sus comportamientos, en política los gobernantes escuchan sus propias voces con el fin de alterar los comportamientos de los demás. Ello es lo que viene a ser la vieja retórica sobre la “hermandad americana”, la que en el ámbito exclusivamente latino arrastra un sólido historial de irrespeto a la ley y al derecho. Tal es como esa vocación integracionista empalma cómodamente con el largo historial de dictaduras en la región.

¿Quizás a ello se deba que los personajes que casi siempre se roban el show en estos encuentros son los más discutidos y controversiales? Ese es el caso del cubano Raúl Castro, hoy por hoy el máximo representante de la dictadura más longeva del mundo; y del venezolano Nicolás Maduro, quien desde sus arengas clasistas prosigue con la destrucción del estado de derecho que comenzó su predecesor Hugo Chávez. Por eso resultó desagradable que en su intervención Humala haya saludado el reingreso de Cuba a la OEA resaltando que «con sus grandes ejércitos de médicos y de maestros han llevado la cooperación desinteresada para el desarrollo de nuestros pueblos».

¿Desinteresada? Como es bien sabido, desde los años sesenta esos “grandes ejércitos de médicos y de maestros” formaron parte del paquete de preparación y financiamiento de movimientos subversivos en aras de exportar su revolución.

La virtud de lo no oficial

Si el elevado nivel de informalidad caracteriza a América Latina, fue desde ella que se dio el logro más relevante de la cumbre. Así es, dos días antes de su inicio (el 9 de abril) más de una veintena del exjefes de estado (entre los que se encontraba Alejandro Toledo, pero no Alan García) dieron vida a la Declaración de Panamá. El objetivo de este documento fue pronunciarse sobre la crisis que padece Venezuela por obra y gracia de un régimen que no sólo destruye la economía de sus ciudadanos, sino también sus derechos fundamentales y el propio estado de derecho.

¿Se puede entender que esa declaración jugó un papel decisivo a la hora de evitar un consenso a favor de la propuesta de Maduro de condenar a los EE.UU. por su decisión de catalogar al gobierno de Caracas como una amenaza a su seguridad nacional?

Como haya sido, lo cierto es que nuevamente (como en Cartagena 2012) los treinta y cinco mandatarios reunidos en Panamá no llegaron a ningún acuerdo. Y si lo hubieran logrado, ¿en algo hubiera cambiado la suerte de sus naciones? Recordemos: el tema de la cubre fue “prosperidad con equidad”. El tema predilecto de Humala. He ahí la razón de por qué del escaso crecimiento de la economía peruana bajo su gestión. Se privilegia más el gasto público que el arribo de nuevas inversiones.

Detalle a resaltar: Tanto la base legal de la OEA (fundada en 1948) como de las muchas citas internacionales que se han dado en la región para fortalecer las libertades ciudadanas y la democracia han caído generalmente en saco roto. Ello en sí explica la incredulidad de la opinión pública respecto a estos encuentros, donde la política y los delirios van de la mano. Una situación diferente a lo que sucede con la Alianza del Pacífico, un foro puramente económico. Sin duda, el éxito de dicha alianza se debe ese factor.

Con todo, lo mejor de la cumbre estuvo en la presencia de representantes de la oposición a la dictadura cubana. Fue lo más importante, pues les dio la oportunidad de exponer sus inquietudes de libertad que los esbirros del régimen comunista buscaron callar con golpes e insultos. Lamentablemente, ningún jefe de estado se manifestó al respecto. Ni siquiera un gesto, ni el más mínimo.

(Publicado en Una mirada liberal. VII Cumbre las Américas. Panamá 2015, RELIAL/Friedrich Naumann Stiftung für die Freiheit, México, D. F., 2015, pp. 19-20.)

Share This