Años antes de la Segunda Guerra Médica (480-479 a.C.), los nobles lacedemonios Bulis y Espertias enrumban hacia la corte del recientemente elegido rey persa Jerjes. Iban a Susa, a cumplir una expiación, pues durante el reinado del gran Darío los acalorados espartanos cometieron la impiedad de arrojar a un profundo pozo a los heraldos que dicho magnate les había enviado en su requerimiento de tierra y agua; lo que venía a ser su pedido de sumisión y vasallaje.
Estamos ante el viejo gesto diplomático y religioso de la reciprocidad. Así pues, los nobles Bulis y Espertias sólo iban a ofrecer sus vidas. E iban voluntariamente.
Con esa convicción a cuestas, se presentaron ante Hidarnes, quien durante la guerra se hará del mando de los célebres “inmortales”. Aquel general les brindó la mejor acogida que pudo. Los alimentó y llenó de ofrendas en señal de hospitalidad, a la par que buscó saber del por qué de la negativa griega frente al beneficioso ofrecimiento del rey persa. ¿Por qué razón rehúsan ser amigos del rey?, les dirá. Si se fijan en mi persona y posición, podrán comprobar lo bien que el monarca sabe premiar a las personas de valía. Ello es indudable. Lo mismo ocurriría con ustedes si se ponen a las órdenes de Jerjes. Por concesión del monarca, cada uno de ustedes gobernaría una zona de Grecia.
Hemos de entender que para Hidarnes el compartimiento de los griegos era irracional. ¿Cómo rechazar la “mejor vida” que el todopoderoso Jerjes les prometía? Ante esa invitación de sometimiento a cambio de seguridad material y riquezas, la respuesta que recibió de ambos fue la siguiente: Hidarnes, el consejo que nos brindas no es imparcial, pues nos haces una proposición con conocimiento de causa de una faceta, pero con ignorancia de la otra: sabes perfectamente en qué consiste la esclavitud, pero todavía no has saboreado la libertad y desconoces si es dulce o no. Realmente, si la hubieses saboreado, nos aconsejarías pelear por ella no con lanzas, sino hasta con hachas.
Sospechamos que Hidarnes no los comprendió, lamentando la suerte de ambos a la vez que les facilitaba el arribo a Susa. Ahí Bulis y Espertias comparecieron ante el mismísimo Jerjes, cuya guardia les ordenaba que se humillaran ante su amo y señor. Se negaron, por lo que fueron arrojados de bruces al suelo. A modo de disculpa, expresaron que no tenían costumbre de inclinar la cerviz ni doblar las piernas ante ningún hombre. Claramente, no tenían costumbres de esclavos. Además —dejaron en claro—, no habían acudido de tan lejos para ello.
¿Cómo tomó ese proceder el joven déspota asiático? No lo sabemos. Únicamente conocemos (por cortesía de Heródoto) que Jerjes les perdonó la vida. Sin duda, lo hizo para no imitar la falta de los lacedemonios contra los heraldos de su padre. Tal es como regresaron a Esparta.