En el frío mes de julio, el presidente Ollanta Humala se despide de su gestión haciendo correr el velo en dos obras.
La primera se dio en el distrito limeño de San Borja, inaugurando la nueva sede de treinta pisos del Banco de la Nación. Un inmenso edificio de 135 metros de altura que demandó del tesoro público un desembolso de 150 millones de dólares. Mientras alzamos la vista para apreciar las dimensiones de tremenda construcción, es imposible no alzar los hombros y preguntarse si dicha mole de vidrio y concreto ayudará en algo a mejorar la vida de sus miles de usuarios. En especial a los de la tercera edad.
Ciertamente, ese imponente edificio no está hecho para ellos. Así es, los 150 millones de dólares que muy bien se pudieron invertir para brindarles una mejor atención (o hasta para liquidar la entidad) no les tocará ni por casualidad. El estado y su burocracia tienen sus propios rigores, que no son los de la gente. Por ello sus clientes (en especial los más viejitos) deberán de continuar soportando las inclemencias del clima, los peligros de la creciente ola delincuencial y el mal humor o hasta la malicia de sus funcionarios.
Si algún futurista concibe que ya es hora de que los pensionistas reciban sus pagos en sus casas o que se les brinde cualquier otra de las múltiples alternativas que la moderna tecnología permite, se equivoca. El siglo XXI aún no ha llegado por ahí. Pero tampoco ningún criterio de humanidad ni de eficiencia que invite a proponer que sea la banca privada la que se encargue de esa cartera de clientes pésimamente atendida. ¿O es que nadie se ha percato aún que el Banco de la Nación es el único ente del sistema financiero que exhibe fuera de sus instalaciones nutridas colas de sus torturados clientes todos los días del año desde altas horas de la madrugada, haga frío o calor?
¿Pensó el presidente Humala en ellos cuando inauguró la nueva sede de San Borja? ¿Por lo menos evocó vagamente a los que ya pintas canas y tienen problemas para desplazarse? Todo indica que no. Como suele suceder, los pensamientos de un jefe de estado están a otro nivel. Ese es el problema.
Directamente relacionada con los elevados aires de esos raros especímenes denominados “estadistas”, la segunda obra muy bien pudo ser retratada por los Simpsons o competir con el monumento a la maca o al árbitro: el busto del propio presidente Humala develado por el mismo presidente Humala en el distrito ayacuchano de Oyolo, en la provincia de Páucar del Sara Sara, cuna de los Humala. En este caso, agradezcamos a los apus de que Humala es tímido. Según los expertos, este monumento tampoco mejorará el día a día de la gente. Ni nadie se sentirá mal porque las heces de los pájaros caigan sobre él.
(Publicado originalmente en Contrapoder)