Si para los católicos de América Latina el nombre del teólogo peruano Gustavo Gutiérrez habla por sí mismo, de seguro el de Michael Novak invita al silencio. No en vano el recordado Carlos Rangel sentenciaba que la Iglesia Católica tiene más responsabilidad que ningún otro factor en lo que es y en lo que no es la América Latina.

Más allá de aceptaciones o rechazos, el peso del catolicismo es inmenso entre nosotros. Por ello es una lástima que la obra de Novak no haya sido aprovechada en el momento que más se le necesitaba, pues su catolicismo recogía el legado de una tradición de valores que no le hacía ascos a la propiedad privada, el estado de derecho y el comercio libre. Es decir, no le hacía ascos a todo ello que el catolicismo latinoamericano vio con desprecio.

Negando a Max Weber, para Novak el calvinismo no era el credo del capitalismo. Lo era el catolicismo, por lo que abogaba estrechar los vínculos de éste con el liberalismo. Precisamente todo aquello que los teólogos de la liberación (como el padre Gutiérrez) repudiaban desde su maniquea “apuesta por los pobres”.

¿Cómo se puede hablar de “amor por los pobres” desde un léxico cargado de odio como el marxista? Así es como se invitó a ser optimistas con relación al futuro.

Ya de por sí esa misma apuesta dentro de la historia del cristianismo ha sabido generar víctimas, por lo que la abierta reivindicación de la violencia por parte de los teólogos clasistas y combativos estaba lejos de ofrecer una franca superación. Todo lo contrario, invitaban a una artera regresión desde su calentura neomilenarista.

Sin duda, el clamor justiciero de estos curas sólo era apto para mentes predispuestas a las fantasías. Como advertía Novak, el mundo socialista es predominantemente literario. Es mucho más fácil organizar palabras sobre un papel que organizar programas factibles en la realidad.

Contrario a los propugnadores de una ciudad de Dios comunista, Novak recurría a la conexión que en determinados hitos históricos el catolicismo aceptó al hombre en su integridad y en su inmediato presente. En sus términos: El mundo, tal como lo enfrentó Adán después del Edén, hizo que la humanidad padeciera hambre y miseria durante milenios. Ahora que han sido descodificados los secretos del progreso material continuo, la responsabilidad de eliminar el hambre y la miseria ya no es de Dios sino nuestra.

Esto último lo expresó en El espíritu del capitalismo democrático (1982), un libro escrito exclusivamente para oponerse a los teólogos de la liberación. Mientras estos predicaban que había que agudizar la lucha de clases para destruir las desigualdades en aras de convertir a toda América Latina en una inmensa misión jesuítica, Novak predicaba el ideario de la igualdad ante la ley, la defensa de derechos y la búsqueda personal de la felicidad. Es decir, ofrecía en clave católica el ideario de los padres fundadores de la primera democracia moderna: los Estado Unidos de América.

Más que una mirada política, Novak presentaba un universo de valores. Valores que colisionaban con los que el catolicismo latinoamericano siempre propugnó: ese repudio contra el emprendedor, contra el que hace riqueza y transforma la realidad con su propio esfuerzo.

Sin rubor, el catolicismo de Novak abogada por el capitalismo. Por eso el mayor de sus esfuerzos estuvo en discutir con el padre Gutiérrez, y hacerlo de católico a católico. Cierto, buscó más de una vez polemizar con el autor de la Teología de la liberación (1971). Lamentablemente ese debate nunca se dio.

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