Así como el Evaristo Carriego de J. L. Borges solía vanagloriarse de su condición de criollo rencoroso profiriendo: A los gringos no me basta con aborrecerlos; yo los calumnio (sic), los enemigos del liberalismo tampoco se limitan a odiarlo y proceden a falsear su hechura. Sólo de esta manera podemos asumir la expresión “neoliberalismo”, toda una deliberada deformación de aquella tradición de pensamiento que coloca al individuo como centro de lo social.
Así pues, lo que los medios periodísticos, el grueso de los intelectuales y los políticos entienden por “neoliberalismo” es un amasijo de argumentos incompatibles con el liberalismo. Desde su sola mención, la carga despectiva es innegable. Por ende, es muy difícil encontrar dentro de los seguidores del liberalismo (directos o indirectos) a alguien que se autocalifique de neoliberal. Es como hallar una aguja en un pajar. Empero, esas agujas ocultas entre la paja existen.
Uno de esos extraños seres es el erudito y políglota suizo-neerlandés y posteriormente naturalizado mexicano Guillermo Floris Margadant. Casi un desconocido, este iusromanista se tenía como “neoliberal” en virtud a su predilección por las ideas económicas y sociales de Wilhelm Röepke bebidas en su juventud. Graduado después de la Segunda Guerra Mundial en economía y en derecho público en la Nederlandse Economische Hogeschool (posteriormente convertida en Universidad de Rotterdam), Margadant pasó el conflicto trabajando en la banca y las finanzas en la agresora Alemania. Sin duda, un caso singular. Todo indica que se hizo “neoliberal” al volver a los Países Bajos y retomar los estudios, pues Röepke publicó el más célebre de sus libros (Civitas Humana) en 1948, año en el que Margadant alcanzó el grado de Candidat (previo al doctorado).
Conspicuo representante del ordoliberalismo alemán, Röepke remarcó la necesidad de colocar a la economía en un punto intermedio entre lo que propugnan el liberalismo de laissez-faire y el dirigismo estatal. En medio de una Alemania completamente destruida y culturalmente ajena al liberalismo (para Ludwig von Mises la Alemania creada por los prusianos mató todo amago de liberalismo), la salida heterodoxa de los ordoliberales era un avance. Por ello, liberales como Röepke estaban lejos de compartir los postulados del estado de bienestar. Como sobrevivientes del nacionalsocialismo, lo habían padecido. No en vano estamos ante un liberal que a inicios de los años sesenta alcanzó la presidencia de la Mont Pelerin Society, institución fundada por F. A. Hayek en 1947.
La influencia de Röepke en el debate postbélico alemán fue tan importante como la de Alfred Müller-Armack, el padre intelectual de la “economía social de mercado”. Un rótulo que denota una fuerte traza religiosa, lo que abonará en favor de la confusión: ¿qué diferencia había en la práctica de la reconstrucción alemana entre la “economía social de mercado” y del estado del bienestar? Es el precio de una terminología altamente polisémica.
Ya que Müller-Armack fue asesor del ministro que capitaneó el “milagro económico alemán”, entonces dejemos que sea el propio Ludwig Erhard (el ministro en cuestión) el que nos de la respuesta. Al respecto, éste último dirá en uno de sus discursos (publicados en 1962 bajo el título de Deutsche Wirtschaftspolitik): «Cuando en Alemania hablamos de “economía social de mercado”, no nos referimos a la economía liberal según los axiomas del manchesterismo inglés; ni me refiero tampoco a lo que se conoce como “neoliberalismo” como concepto doctrinal. No, la economía social de mercado aspira a algo distinto y algo más.»
¿Qué es ese “algo distinto” y eso “algo más”? Señalará Erhard que su objetivo es «encontrar una síntesis entre la libertad personal y la seguridad mediante la competencia, indisolublemente unida a un sistema económico afortunado y libre.» Abiertamente, impugna la economía dirigida, pues «somete a todos los hombres al yugo deshonroso de una burocracia que especula con las vidas, que destruye todo sentido de la responsabilidad».
Como se lee, el humanismo y la traza social que reivindica Erhard demandan un ser humano en plena libertad de acción. Ese hombre libre será el motor de la recuperación alemana, el hacedor del “milagro”. Y ya que la mención por parte de Erhard respecto del “neoliberalismo” es de rechazo, entonces ¿qué es lo que cautivó a Margadant en su juventud? Medio siglo después, un añoso Margadant escribirá en El viejo Burke y el nuevo liberalismo (1994) su apego por ese neoliberalismo que necesita frenar el desmesurado aumento de la población para ser viable. Sin rubor, es partidario de aquella “ingeniería social” que hace caso omiso a los derechos ciudadanos que todo liberal tiene en principio como inviolables.
¿El norte de Margadant estuvo en acomodar a los tiempos antiliberales el viejo discurso liberal? ¿He aquí lo “neo”? ¿Una “novedad” que sigue coligiendo que los individuos que deciden por sí mismos su propia suerte son más un problema que una solución?
Como se aprecia, el lenguaje en medio del fragor de la política nunca es inocente. Y más aún cuando la sociedad quiere hacer suya una tradición de pensamiento que sólo conoce por los libros.