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En 1861 John Stuart Mill profetizó que la emancipación de los siervos en el Imperio Ruso sólo podía ser llevada a cabo por un gobierno despótico o por una masacre general. Como se sabe de sobra, el gobierno despótico y la masacre general llegaron. Pero nadie imaginó que también llegaría la universalización de la servidumbre antes que su extinción.

Esto último fue la “hazaña” de los revolucionarios de 1917, quienes —en afirmación de Nicolái Bujarin en ese mismo año— emplearon las ejecuciones como método que dará vida al “hombre comunista” dentro del capitalismo. Tal es como aparecieron los gestores de una de las mayores estafas de la historia. Un inmenso fraude liberador desde su propio origen, pues ¿quién en su sano juicio pudo imaginar que el mayor canto a la libertad y dignidad humana podía provenir de un pueblo gibado por siglos de severa autocracia? Como se decanta, sólo los insanos juicios lo pueden explicar.

Así es, únicamente mentes más delirantes que las del judío antisemita Karl Marx concibieron que un país atiborrado de siervos y campesinos que estaban a nivel de la subsistencia pudiera dar vida a una sociedad capaz de ser una superación de naciones ya industriales como Inglaterra y Francia. Como lo resaltó Isaiah Berlin, sería Mijaíl Bakunin el primero en advertir el disparate. Fue este anarquista y aristócrata ruso el que previó que el comunismo planteado por Marx sólo podía darse en sociedades muy pobres, como España y Rusia. Empero, la fantasía se impuso. El “comunismo científico” de Marx sólo podía ser comprendido desde delirios apocalípticos.

Su entrañable amigo y paisano renano Heinrich Heine vislumbró tempranamente que esas ensoñaciones ofrecían llenar el mundo de horror y sobrecogimiento. Como cinceló para la posteridad en su Historia de la filosofía y la religión en Alemania (1834), sus palabras describieron lo que casi un siglo más tarde hubo de acontecer: «Aparecerán kantianos que no querrán tener nada que ver con la compasión ni siquiera en el mundo fenoménico; labrarán sin piedad el suelo mismo de nuestra vida europea con la espada y el hacha para arrancar hasta la última raíz del pasado… Surgirán fichteanos armados cuya fanática voluntad no se podrá constreñir con el temor ni con el interés personal… Los más terribles de todos serán los filósofos naturales, que participarán activamente en cualquier revolución alemana, identificándose con la obra misma de destrucción.»

Los exigentes dirán que Heine erró en el país (pensó en Alemania antes que en Rusia), pero si seguimos la tesis de Ernst Nolte de que los nazis no fueron más que un eco directo de los bolcheviques y que los bolcheviques se inspiraron en un filósofo alemán, será sencillo comprender que el pacto germano-soviético correspondía a un natural hermanamiento de dos apuestas orgullosamente metafísicas. No en vano Hitler llegó a admirar a Stalin y Stalin a Hitler. Por eso cuando éste último rompe el pacto de 1939, Stalin se hunde en una profunda depresión.

Sin duda, el canto de Heine es el de un auténtico visionario. Pero como los genios no abundan, los que canten después lo harán desde una desentonada febrilidad que lo desnaturalizará todo. Desde esta sudoración, un faccioso golpe de estado se trocará en una “multitudinaria revolución” y los siervos de otrora en esforzados proletarios. Como perfectamente conocen los santones y timadores, se jugará con las palabras hasta el absurdo. Tal es como un pequeño grupo proveniente de la pequeña aristocracia y de la burguesía se convertirá en la vanguardia de un proletariado de un país predominantemente agrario. Eso es lo que será el Partido Comunista, un minúsculo grupo de agitadores profesionales que se sentirá mayoría por mera fuerza de voluntad.

Todo será metafórico. En esa línea, pulularán los seudónimos. Los bolcheviques se jactarán de poseer una moral superior a la de los egoístas burgueses, pero lo harán muchas veces ocultando sus verdaderas identidades. Los que denuncian la despersonalización que el rigor crematístico burgués genera se despersonalizarán para acometer la revolución. Aunque suene esperpéntico, muchas inteligencias sucumbieron a la apuesta moral de unos encapuchados más llenos de cinismo y angurria por el poder que de elevados valores.

La moral con antifaz se alzará como guía y faro de los “procesos revolucionarios”. Desde entonces, quien asesina por motivos revolucionarios será un héroe antes que un asesino. Los seguidores de Ernesto “Che” Guevara saben de lo que hablamos. Quizás los deudos de las más de cien millones de víctimas de los diferentes regímenes comunistas desperdigados por el mundo tengan un mejor panorama de lo que significa ser “liberado” sin haberlo pedido. Sin embargo, al ser este un tema sólo comprensible para “minorías selectas”, aquellas víctimas y sus deudos jamás estarán en condiciones de comprender la “amplitud de miras” y “soberbia inteligencia” de tipos como Lenin, Trotsky… ¿Mao o Stalin?

¿Hombres como François Mitterrand sí lo comprendieron? ¿Por eso la intelectualidad francesa y el propio gobierno francés apoyaron a los jemeres rojos de Pol Pot cuando tomaron el poder en Camboya en 1975? Como recordó Tzvetan Todorov, a estos genocidas se los consideró por entonces dirigentes modernos que sacaría a su país del atraso feudal. Por el embrujo de las palabras, se soslayó que fue el orden feudal el que dio vida al constitucionalismo, el que sólo se activa ahí donde se reconocen derechos, precisamente lo que la modernidad bolchevique repudió hasta el crimen.

(Publicado en República liberal)

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