El autor Del buen salvaje al buen revolucionario (1976) es directo: «(…) el marxista latinoamericano más importante y más influyente antes de Fidel Castro, Che Guevara y Salvador Allende: el peruano Víctor Raúl Haya de la Torre.»
Aunque para los nacidos en la primera mitad del siglo XX el “marxismo” del fundador de la Alianza Popular Revolucionaria Americana (APRA) era conocido de sobra, sus seguidores buscaron posteriormente desvirtuar la imputación culpando al antiaprismo de fabricar calumnias. Ello no obstante lo que el también llamado “jefe” escribió en El antiimperialismo y el Apra (1936): «La doctrina del Apra significa dentro del marxismo una nueva y metódica confrontación de la realidad indoamericana con las tesis que Marx postulaba para Europa».
En su afán por atraer especialmente a los jóvenes, las ideas de Haya cautivaron a miles en el Perú. Aunque quizás fue su porte mesiánico antes que sus argumentos lo que los atrajo. Pero en el resto del continente las teorías sociales de este “marxista metodológico” tendrán un impacto mayor que en su país de origen. Ello es lo que Rangel resaltó en una especie de acusación a la vez que elogio, pues Haya de la Torre repotenciará las taras de la cultura política latinoamericana.
Si a mediados del siglo XX la figura del caudillo era ya una pieza de museo, el crecimiento de la arenga de pan con libertad (que la inició Guillermo Billinghurst, apodado pan grande) la sacaron del baúl de los recuerdos. Era la hora de la “justicia social”. Así es como la bárbara tradición de mirar al estado de derecho como un estorbo supo de un tonificador en medio de una América Latina que creció un promedio anual de más de 4% desde 1935 a 1955, antes del “boom petrolero” en Ecuador, México y Venezuela. El PBI de Cuba de 1958 le permitió tener un ingreso per capita sólo superado por Argentina, Puerto Rico y Venezuela (estas dos últimas naciones vivían su mejor época). En materia de producción industrial, únicamente Argentina, Brasil y México superaban a Cuba.
Lamentablemente la cada vez más ruidosa convicción de que son los gobiernos y no los mercados libres los que logran la prosperidad y el desarrollo anuló ese panorama. Dos décadas más tarde era claro que la cara latinoamericana del New Deal había fracasado.
El paquete de esa democracia que no era propiamente democrática buscó ser instaurada vía la violencia armada en la región. Bajó esa retórica, Cuba se convirtió oficialmente en una “democracia socialista” en diciembre de 1961. Pero a Rangel el viraje al marxismo-leninismo del régimen de la isla no le hizo perder el punto de origen: el aprismo. Juzgaba que al estalinismo castrista le precedía un discurso que ya en la década de 1950 era capaz de perturbar a la sofisticada Buenos Aires bajo los gritos de ¡puto y ladrón, queremos a Perón!
Como precisó Rangel: «el adjetivo aprista, despojado de las implicaciones peyorativas que le han endosado los comunistas, describe mejor que cualquier otro (una vez explicado qué es el aprismo) los distintos intentos por formular un socialismo democrático latinoamericano, diferenciado de los instrumentos soviéticos que han sido los partidos comunistas.» Junto con la reaccionaria y anticapitalista Iglesia católica, para el ensayista venezolano el epicentro de las “soluciones radicales” latinoamericanas no fue otro que Haya de la Torre.
He aquí al abuelo del socialismo del siglo XXI. Su influencia convirtió en apristas a populistas como Juan Domingo Perón y Salvador Allende, pero también a quienes abiertamente entendieron que nunca alcanzarían el aplauso de las masas ni mucho menos el poder por la vía electoral: Juan Velasco Alvarado (que se inspiró en el Haya de los años treinta para su revolución nacionalista) y los barbudos de Castro (antes de su “conversión” comunista).