Como reza el título de una obra de Richard Weaver de 1948, las ideas tienen consecuencias. Y Weaver lo supo en carne propia cuando su hermana conoció su pensamiento político cuando se topó casualmente con dicho libro en una librería de Nueva York. Hasta entonces Weaver vivía en el anonimato, incluido el familiar.
Esta anécdota la ofrece el historiador de las ideas George Nash para resaltar el carácter subterráneo de los libertarios y conservadores norteamericanos de mediados del siglo XX. Un proceder que en Europa no debió de ser muy distinto, pues ¿cuántos familiares, amigos y conocidos de Ludwig Erhard supieron exactamente de sus ideas antes de que su nombre y rostro aparecieran en los medios de prensa alemanes?
Nacido en 1897, Erhard se doctoró en economía en 1925 en la Universidad Johan Wolfgang Goethe de Fráncfort del Meno bajo la batuta de Franz Oppenheimer. Experto en David Ricardo y poseedor de una cátedra de sociología en Alemania, Oppenheimer trató de ligar el comunitarismo voluntario con el individualismo liberal. Así, optó por la evolución antes que por la violencia.
Famoso desde la publicación de Der Staat (El estado) en 1908, Oppenheimer ya influía en intelectuales libertarios, comunitaristas y anarquistas de Europa, Norteamérica y Asia. Tal es como fascinó a jóvenes como Albert Jay Nock, quien a su vez influirá (desde los conceptos de Oppenheimer) en Frank Chodorov y Murray Rothbard.
Ello en los Estados Unidos. En la Alemania de ese período Erhard asumirá esas tesis desde su óptica protestante, la que reemplazará la innegable traza hebrea de su mentor (Oppenheimer descendía de una familia de rabinos). Por este cauce desembocará en la doctrina de la economía social de mercado (soziale marktwirtschaft), término acuñado por el economista y sociólogo ordoliberal Alfred Müller-Armack en su libro de 1947 Economía dirigida y economía de mercado (Müller-Armack colaborará con Erhard en la oficina de planificación del Ministerio de Economía). Aunque fácilmente la expresión pudo ser reemplazada por la de “economía humana”, denominación defendida por otro también economista y sociólogo: Wilhelm Röpke, autor de Civitas Humana (1948), futuro miembro de la Mont Pelerin Society y asesor de Konrad Adenauer.
Desde los convulsos años veinte lo social sólo era factible para Erhard a través de la libre competencia, lo que de plano descartaba la hegemonía de determinados grupos de interés y el dirigismo estatal. Sin embargo, el cooperativismo y la carga religiosa de su maestro de Fráncfort lo acompañarán de por vida. Esta es la razón por la que concibe que las empresas del sector público también pueden competir de igual a igual con las privadas, punto de vista que lo aproxima a los postulados de “ordoliberales” en favor de una tercera vía que le dio sustento ideológico a su convicción de mantener para el estado una significativa parte en la actividad económica (industria del hierro y del carbón, electricidad, aluminio, construcción y entidades crediticias) a pesar de su apuesta liberal.
Como liberal tanto en lo político como en lo económico, los doce años del régimen nacional-socialista lo limitaron grandemente. Una vez terminada la guerra, Erhard fue nombrado profesor en Múnich, consejero económico de las fuerzas de ocupación estadounidense y Ministro de Comercio e Industria de Baviera (1945-1946). Dentro de las competencias de esta última función estaba la gestión de la emisión de moneda y crédito, lo que sonaba a broma de mal gusto para un país que de haber sido una de las principales economías del mundo ahora veía a sus habitantes recurrir al truque y abandonar las ciudades para sobrevivir en el campo.
En marzo de 1948 las tres zonas de ocupación aliada (la británica, la estadounidense y la francesa) se unifican y fundan el Banco de los Países Alemanes con miras a realizar una reforma monetaria. Manejada en absoluto secreto, la reforma se hizo efectiva el domingo 20 de junio de ese año. Junto a ello vendrían “otras novedades”: la eliminación del racionamiento de los bienes de uso diario y la liberación de los precios.
Si la creación del nuevo marco alemán fue idea del oficial de inteligencia norteamericano Edward Tenenbaum (graduado con honores en Yale y primero en entrar al campo de concentración de Buchenwald), la de eliminar los racionamiento y liberar precios fue de Erhard. Como anota el historiador Walter Laqueur, la arriesgada jugada de entregar a Alemania a los fríos vientos del mercado salió bien.
Realmente aquella radical decisión fue tomada por la libre. Ni bien el alto mando aliado se enteró de lo acontecido, citó a Erhard urgentemente para la primera hora del lunes. Como él mismo lo narra en una entrevista televisiva de abril de 1963 (al periodista Günther Gaus), le recriminaron por haber violado todas las leyes militares. En especial, las que prohibían todo cambio en materia de control de precios. El rechazo fue casi unánime, salvo por un solo miembro del alto mando de ocupación. Para su fortuna (y la de Alemania), el general Lucius Clay (jefe del alto mando aliado y célebre por ordenar el puente aéreo ante el bloqueo soviético de Berlín tres días más tarde) lo apoyó.
Obviamente, en un comienzo la angustia fue inevitable. Sobre todo cuando los precios se elevaron y los pocos que habían conseguido un empleo en aquella nación de desempleados los perdieron. Ello hasta que escasos días después se estabilizaron los precios y se normalizó el comercio. Reaparecieron mercaderías olvidadas por la guerra y la producción renació. Tal es como se dio inició al “milagro económico alemán” (Wirtschaftswunder), llamado así por la prensa británica (específicamente por el diario The Times en 1950) como alarma ante un posible rearme del viejo enemigo.
Alejados los miedos militaristas, quedó incólume la retórica religiosa que al acusar un “milagro” no hacía más que tornar invisibles los esfuerzos humanos que hicieron posible (por ejemplo) que el comercio exterior tenga un ascenso meteórico. Así es, cada año desde 1949 hasta mediados de la década del sesenta éste se duplicó y hasta triplicó. La producción industrial se multiplicó por seis de 1948 a 1964.
A diferencia de las soluciones socialistas y socialdemócratas afectas a planificaciones, regulaciones y ambiciosos programas sociales, Erhard trasladó la iniciativa del progreso a la propia gente. Confió en su capacidad emprendedora. Sólo ellos podían saber qué camino seguir. La premisa era que únicamente en situaciones excepcionales el gobierno entraba a tallar.
A inicios de la década de 1950 la cobertura de mano de obra era insuficiente. Se requería de la presencia de extranjeros. Si ello sucedió en toda Europa occidental de postguerra, en Alemania ello tuvo visos espectaculares. La tasa de desempleó se redujo al 9%, para alcanzar el 0.4% en 1965. Como indicó Laqueur: En aquel año hubo seis puestos vacantes por cada persona sin empleo, y cientos de miles de trabajadores extranjeros (principalmente llegados desde Italia, España, Grecia, Turquía y Yugoslavia) fueron necesarios para mantener el ritmo expansivo de la economía germana. De este modo, la sugerencia del John Foster Dulles (Secretario de Estado de Estados Unidos) de “devolver” a Alemania a su etapa preindustrial (léase, agraria) pasaba al olvido.
Como no es de extrañar, el éxito de la liberalización hizo que se oyeran voces que buscaban disminuir el logro alemán. En Francia el socialista Pierre Mendes France argumentó que dicho auge no se debía a las políticas de mercados abiertos, sino al Plan Marshall (aplicado en el período 1948-1951). Sin duda, buscaba darle una explicación estatista. Empero, es imposible medir tal éxito desde un plan de rescate de 13 mil millones de dólares de entonces (se estima que actualizados serían 130 mil millones de dólares) donde a Alemania le correspondió apenas unos 1500 millones de dólares. La cifra fue inferior a la recibida por Francia y Gran Bretaña, los ganadores del conflicto.
Todo este aparente prodigio ocurrió antes de la fundación de la República Federal de Alemania. Aún Erhard no asumía como Ministro de Economía de Adenauer, pero el “milagro” ya estaba en marcha. Se mantendría en el cargo hasta 1963, cuando suceda al anciano canciller (de 85 años por entonces).
Curiosamente, Adenauer no lo nombró directamente para reemplazarlo. Incluso hasta se opuso a que su partido (la Unión Demócrata Cristiana, CDU) respalde su candidatura en el Bundestag. No obstante ello, saldrá elegido. Aunque solo gobernará por tres años, cuando deje el poder en 1966 Alemania era nuevamente la tercera potencia económica del mundo. El haber crecido casi de manera ininterrumpida un promedio de 7% anual a lo largo de veinticinco años generó ese resultado.