Ludwig Heinrich Edler von Mises nació un 29 de septiembre de 1881 en Lemberg, ciudad fundada a mediados del siglo XIII por Daniil Románovich (rey de Galitzia) en honor de su hijo Lev, que significa “león” en castellano.
En el momento del alumbramiento de Mises, Lemberg pertenecía al Imperio Austrohúngaro. Como se puede inferir, del original Lev a Lemberg se acusa un cambio. Ello ocurre porque el nombre de dicha ciudad arrastra la impronta de los judíos germanos del este europeo a cuya etnia Mises perteneció, la misma que fue casi diezmada en su totalidad por la ocupación de la Alemania nacional-socialista: de los 100 mil judíos que residían allí, sólo quedarían 823, según el Jewish Provisional Committee. Uno de estos sobrevivientes será el famoso caza-nazis Simon Wiesenthal. Tal es como la comunidad judía que se remontaba al siglo XIV desapareció.
Como vemos, Lemberg o Lemberik no es más que la pronunciación en yiddish de lo que para los latinos era Leopolis, para los polacos Lwow, para los rusos L’vov y para los ucranianos Lviv, los que llegaron en masa al ser expulsada la población polaca por los soviéticos al término de la Segunda Guerra Mundial. Todo un juego de nombres que delatan los vaivenes de una ciudad que padeció invasiones e inestabilidades tan significativas que Ivo Andrič la menciona en su novela sobre El puente sobre el Drina. Una agitación que aún no cesa, no por nada Andrič la describe como “importante centro fabril de accidentada historia”.
Curiosamente, la belleza de la ciudad la salvó de sus destructores. Estos optaron por respetar su arquitectura antes que arrasarla, esa es la razón por la que la UNESCO la proclamó patrimonio de la humanidad en 1998.
Esta evocación a la ciudad natal de Mises no es gratuita, pues esa capacidad de resistir los infortunios y la variabilidad de la vida estuvo en nuestro homenajeado. Como también estuvo en él su celoso empeño por conservar lo mejor del mundo que le tocó vivir.
El por qué Ludwig von Mises nació en dicha urbe se debió al trabajo de su padre, un ingeniero que se encargaba de la extensión de la red ferroviaria hacia esa zona. A pesar del rechazo inicial del emperador a ese medio de transporte, el ferrocarril se impuso. Tal es como una variopinta gama de villas y pueblos desconectados entre sí pudieron relacionarse gracias a la extensión de la línea férrea, la misma que seis décadas después serían empleadas con fines criminales.
El pertenecer a un hogar de judíos secularidos marcó a Mises, como sin duda marcó a muchos judíos del siglo XIX. Eran tiempos abiertamente liberales, incluso dentro de sociedades tradicionales como la suya. Si el Imperio Austrohúngaro languidecía en su conservadurismo, el proceso de expansión de capital de fines del siglo demandaba que los obstáculos que hasta entonces frenaban el libre comercio y el industrialismo (como se decía por entonces) se derriben.
De cierta manera, el arribo del ferrocarril simbolizaba ese cambio. Otro ya lo había sido la asimilación de los judíos a la vida civil. Si el derribo del gueto de Viena se dio a mediados del siglo XIX, en su niñez Mises será testigo del proceso de migración de los hijos de Israel que dejaban el campo para instalarse en las ciudades. Curiosamente, esa será la Landflucht o migración en masa campesina que Karl Polanyi (otro judío de familia secularizada) verá con nostalgia, la nostalgia por el fin del mundo campesino y todo lo que ello acarrea.
Sin duda, no se puede entender la autocalificación de “utilitarista” que se dio Mises tanto como su apego a la Ilustración si se deja de lado esta experiencia personal. Para un judío secularizado ese “utilitarismo” y la Ilustración equivalían a la libertad misma. Era lo que lo colocaba en un universo de posibilidades infinitas que hasta hace muy poco les estaban vedadas tanto por los gobiernos excluyentes como por el rigor de moral de su propia comunidad étnico-religiosa.
Quizá eso explique su postura de no-creyente y de fiero crítico de las religiones. Si para Mises el cristianismo era contrario en sus bases dogmáticas a los valores liberales que defendía, tenía al islamismo y al judaísmo como religiones muertas, únicamente existentes por sus rituales. Sin embargo, acepta que el hombre no puede estar sin creencias metafísicas.
La apuesta familiar porque Ludwig y sus hermanos (Karl y Richard, quien llegaría a ser un famoso físico) recibieran una sólida formación humanista era parte de esa línea liberadora y secular que tenía como modelos a portentos como Schiller y Goethe, Mozart y Beethoven, al mismo Kant tanto como a Balzac y Flaubert, entre otros. En ese sentido, Mises perteneció a esa generación de hombres que bebió de una cultura refinada, que iba en directa relación con un orden político y legal surgida al influjo de la expansión del laissez-faire. Obviamente, la plenitud de consciencia de ese grado de progreso sólo fue evidente cuando la dinámica del laissez-faire fue definitivamente cortada en 1914.
El historiador marxista Eric Hobsbawm acepta que el orden liberal decimonónico no dejó de existir porque fracasara. En sus pesquisas no encontró motivos para explicar el por qué se le reemplazó de manera tan radical. El aumento en la calidad de vida de millones de personas no puede ser una causal. Ello Hobsbawm lo tuvo claro. Lo único que encontró fue que lo que se buscaba era simplemente un vago algo mejor, aunque no se supiera exactamente a qué conduciría ese algo mejor. Propiamente, se vivía un hastío por los logros alcanzados, la estabilidad, certidumbre y la comodidad alcanzada. No olvidemos: los clamores reformistas y liquidacionistas provinieron siempre de los sectores intelectuales antes que de los sectores socialmente deprimidos. Es decir, surgieron de las élites antes que de las masas.
Cuando la liquidación de la civilización del laissez-faire se hizo realidad, Mises supo que el mundo en el que nació, creció, se educó y alcanzó la adultez terminaba. Ahora todo olía a controles, violencias y dictaduras. Eso es lo que la intelectualidad y los líderes de opinión pública apetecían irresponsablemente, acaso urgidos de emociones fuertes que su cómoda existencia burguesa limitaba a los libros. Sólo en ellos se podían encontrar actos crueles e inhumanos.
Ya dentro de la Universidad de Viena, el estudiante Mises leyó en diciembre de 1903 el libro fundador de la denominada “escuela austriaca de economía” por primera vez. Nos referimos a Principios de Economía Política de Carl Menger, publicado en 1871. Como lo indica el propio Mises, fue esta lectura la que hizo que me convirtiera en economista. Tal es como abandonó una inicial formación historicista que empataba con la estadolatría que se impartía a los estudiantes, lo que traerá serías consecuencias.
Este huida de las lecturas conminadas por la generalidad de los docentes será una constante en Mises, pues nunca se limitó a una única materia. En ese sentido, no estamos ante un economista que sólo leyó sobre economía. El haber estudiado esa materia dentro de una facultad de derecho y el que su tesis haya tratado sobre historia delata un proceder que nunca abandonaría.
Este hábito le ayudó a sacudirse de las ideas intervencionistas que le brindaron de inicio y que eran seguidas por el grueso de sus maestros y condiscípulos. Aunque como él mismo anotó, a diferencia de muchos era un convencido antimarxista. De ahí a la conexión con Eugen von Böhm-Bawerk (el liquidador de la teoría de la plusvalía de Marx) sólo había un paso, y lo dio. Aunque ni Menger ni Böhm-Bawerk fueron formalmente sus profesores en la universidad, se nutrió de leyendo sus aportes, llegando a conocerlos personalmente.
Centrado en los aportes de estos economistas, publicará en 1912 su Teoría del dinero y el crédito. Será resultado de su fascinación por la base teórica que Menger le inoculó. Ese soporte no fue minado al pasar por la función pública ni por la paraestatal Cámara de Comercio e Industria de Viena, donde laboró por más de veinticinco años. Todo lo contrario, (como Federico Salazar ha venido develando) incluso Mises publicaba comentarios de coyuntura económica en los diarios e influía directamente con actores gubernamentales radicalmente contrarios a sus postulados. No en vano fue Mises el que dijo que las ideas y sólo las ideas pueden iluminar la oscuridad. Y eso era lo que hacía, cumplir una función crítica dentro de una Austria cercana a la revolución.
Aunque en 1913 recibió de la Facultad de Derecho de Viena la habilitación para enseñar, ello nunca se dio en la práctica. Ni siquiera cuando fue nombrado profesor extraordinario tuvo propiamente una cátedra fija, lo que de cierta manera compensaría dando vida a un seminario en el período de 1913-1914.
Ese es el inicio de lo que sería su posteriormente célebre Privatseminar, que comenzó con cuatro jóvenes recientemente graduados. Lamentablemente, el inicio de la Primera Guerra Mundial se interpuso: dos de ellos murieron en combate a poco de comenzada la contienda, un tercero desapareció para siempre en la batalla de los Cárpatos en el invierno de 1914-1915 y el último cayó prisionero de los rusos en julio de 1916, sin que de él se volviera a tener noticia.
El breve tiempo que va de 1914 a 1918 le enrostrará no sólo fin de la contienda, sino el fin de la civilización liberal que lo cobijó. Igualmente concluirá la dedicación casi exclusiva que le brindó a sus estudios de teoría económica. A partir de ese instante empleará esa base teórica para auscultar los desastres de la guerra y los nuevos acontecimientos escribiendo libros de filosofía, política e historia, pero empleando la teoría económica.
En medio de una Austria humillada e hiperinflacionaria, Mises retorna con su seminario. Aún Viena conservaba el espíritu de una urbe ingeniosa y culta. Comparada con la antigua Atenas por la cantidad de figuras de primera nivel que convivieron entre sí en su pequeño espacio urbano, la otrora ciudad imperial se aferraba a su intelligentsia.
Será en la oficina que Mises tenía en la Cámara de Comercio donde el Privatseminar se instale. Las reuniones irían todos los viernes a las 19 horas. Los temas a tratar eran sobre teoría económica, metodología de las ciencias sociales o política económica. Ahí confluirían economistas, sociólogos, juristas, historiadores, filósofos y hasta algún músico (como Emanuel Winterntiz), los que más tarde terminarían trabajando en diferentes centros académicos y de investigación del mundo.
El famoso crítico literario George Steiner recordó que su padre (un banquero y financista) asistía a ese seminario antes de migrar a París. Gottfried Haberler rememorará (entre los más conocidos) a asistentes regulares como Fritz Machlup, F. A. Hayek, Alfred Schütz y Oskar Morgenstern. El citado Machlup precisará que el Privatseminar estaba abierto únicamente a personas que ya se hubiesen doctorado. Esto último se explica porque Mises asumía el criterio de que son las capas cultas de la sociedad las que están en mejores condiciones de entender los fenómenos complejos.
Terminada la sesión del Privatseminar, las discusiones proseguían en un restaurante italiano próximo a la Cámara de Comercio. Y si aún había cuerda, continuaban discutiendo en el Café Kunstler, frente a la universidad. Obviamente, esto ya era de madrugada. No obstante ello, al día siguiente Mises llegaba a su oficina a las 9 de la mañana.
En medio del ambiente que le daba la reiniciación de su Privatseminar, aparece su ensayo sobre la imposibilidad del cálculo económico en el socialismo. Estamos apenas a dos años después de la llegada de los comunistas rusos al poder. Titulado El cálculo económico en la comunidad socialista (1919), ese escrito advertía la nula posibilidad de que dentro del socialismo se pueda gestar economía alguna.
Este trabajo será luego ampliado, dando forma al libro Socialismo de 1922. Ya en el indicado 1919 había publicado Nación, estado y economía, donde puntualizó que el imperialismo era consecuencia de un estado omniabarcante, algo completamente contrario al estado liberal. Desde entonces tuvo en claro que no es posible la democracia representativa cuando gran parte de los electores fungen de empleados públicos. Por ende, la democracia sólo podía concretizarse en una sociedad de mercado; con ciudadanos a cuestas, no con burócratas.
El viraje es palmario. Del tranquilo teórico de antes del fin de la era del laissez-faire, Mises responde a la destrucción de ese mundo desde la teoría. Ya no hay paz. Se viven años convulsos. De rupturas. En 1927 saca a la luz Liberalismo, con el propósito de rescatar una ideología prácticamente olvidada.
El panorama se fue agriando. En 1934 el creciente antisemitismo lo conmina a abandonar Austria. Enrumba a Suiza para ejercer la docencia en el Instituto Universitario de Altos Estudios Internacionales de Ginebra. Años más tarde tendrá que volver a huir ante la amenaza de la Alemania nazi. Como contó su esposa Margit, así puso fin a los seis años más felices de su vida. Felices porque pudo ser al fin profesor de verdad.
Le afectó mucho abandonar Suiza. Partirá hacia Nueva York en la más absoluta incertidumbre, pasando sobresaltos en la ruta de escape. Arribó a los Estados Unidos un 2 de agosto de 1940 en calidad de refugiado político. Su antiguo alumno Alfred Schütz (sociólogo y filósofo, profesor en la New School for Social Research), le dio la bienvenida en un día muy caluroso y húmedo.
Superadas las iniciales penurias de su instalación, reanudaría sus investigaciones teóricas sobre económica, reabriendo su Privatseminar y redactando su obra cumbre: La acción humana (1949). A pesar de ello, aquí no conseguiría cátedra alguna. Lo más cerca que estuvo de ese anhelo fue el de profesor visitante en la Universidad de Nueva York. También dio conferencias, las que lo llevaron a América Latina. Visitó México, Guatemala, Perú y Argentina. A invitación de Pedro Beltrán, Mises dará una serie de conferencias en Lima, siendo una de ellas la que dictó en la Universidad de San Marcos en 1950.
En Estados Unidos las ideas imperantes estaban lejos de ser las suyas. El mainstream no lo quería entre su equipo, por lo que siguió estando condenado a ser un académico independiente. Salvo su experiencia suiza, eso es lo que fue siempre.
Llegado a los 92 años de edad, la existencia de Ludwig von Mises se apagaría un 10 de octubre de 1973. Sus restos reposan en el Cementerio de Ferncliff de Nueva York.
(Texto leído en el homenaje a Ludwig von Mises en el 137 aniversario de su nacimiento. Evento organizado por el Instituto Mises Perú en el Instituto Raúl Porras Barrenechea, el miércoles 26 de septiembre de 2018, Miraflores, Lima)