Comentando sobre el “vacunagate” peruano, el ex canciller Rafael Roncagliolo centró la responsabilidad en los medios de comunicación. Puntualmente los señaló como los principales culpables de promover una cultura ajena a los valores de la solidaridad.

Para este político que apoyó la represión a la prensa libre y la expropiación de diarios durante dictadura del general Velasco, la ausencia de comportamientos virtuosos se debe más a carencias éticas que institucionales. Es decir, ¿entiende que todo sería distinto si alimentamos nuestras almas de pensamientos misericordiosos?

Sin duda ese parecer nos regresa a los albores de la modernidad, cuando un tal Maquiavelo remeció la cristiandad europea al sentenciar que el ser humano es egoísta por naturaleza. Así es como la visión agustiniana de que es posible hacer de la ciudad humana una extensión de la ciudad divina se rompe. Para espanto de los adeptos a los valores eclesiásticos, la armonía social ya no se entenderá como un pacto de amor sino de intereses.

Desarrollar la tesis de Maquiavelo convertirá al absolutista Thomas Hobbes en un inmoral y al liberal John Locke en un artero disociador social. Y el que hayan sido los jesuitas los principales adversarios de estos teóricos de una supuesta “libertad sin límites” no debe de sorprender, pues representaban el orbe que Maquiavelo entendió que había que superar.

¿La sociedad se hace más sociable si es que se acepta que los seres humanos se mueven por intereses antes que por apetencias espirituales? Como el propio Maquiavelo desentrañó —siguiendo a antiguos republicanos como Tito Livio y Cicerón—, serán las normas las que canalicen las apetencias de los individuos. Léase, el buen diseño institucional.

Borrando el lenguaje apocalíptico que ve Babilonias ante el menor asomo de singularidades, con Maquiavelo se apaga el represivo mundo premoderno. Justo ese mundo donde imperaron los manuales de virtudes (los hoy olvidados “espejos de príncipes”). He aquí las ondas distancias entre dos tipos de libertad: una necesitada de represores morales y otra que acepta a las personas tal como son, y desde esta premisa lee las conductas humanas y legisla en consecuencia.

(Publicado en Contrapoder, suplemento del diario Expreso, Lima, domingo 28 de febrero, 2021, p. 8)

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