Según la leyenda, a fines de marzo del año 461 se funda Venecia.

Sin riquezas naturales y rodeada de agua salada por doquier, sólo la inventiva comercial de su gente la elevó al grado de potencia mundial. Este Stato da Mar (como era llamada en su dialecto) erigirá a una república plenamente adscrita al vaivén de las fluctuaciones de los mercados internacionales. Como anotó Roger Crowley en Venecia ciudad de fortuna (2011), su genio estuvo en comprender las leyes de la oferta y la demanda y obedecerlas con una eficiencia simpar.

Serán los negocios y no las guerras lo que la harán grande. Fuera de sus líquidos linderos buscará mercancías para fines plenamente terrenales antes que parajes y pueblos para objetivos espirituales. Su constitución afín al principal quehacer de sus ciudadanos dará vida a un gobierno donde imperen las leyes antes que los hombres.

Tal es como diseñan un sistema de elección de magistrados tan complejo como la red de canales de la ciudad. Por ello su máxima autoridad (el dogo) estaba atiborrado de limitaciones al grado de estarle terminantemente prohibido aceptar cualquier tipo de obsequio. Obviamente su dura legalidad y costumbres políticas buscaban frenar la corrupción, siendo que si algún ciudadano se ufanaba por demostrar su ambición por alcanzar el poder corría el riesgo de ser mandado al exilio o simplemente ejecutado.

La sola existencia de la católica Venecia refuta la tesis de Max Weber de que el espíritu capitalista sólo fue posible al surgir la ética protestante. Organizada desde fines puramente económicos (para espanto de los piadosos bizantinos), ello la convertirá —junto con la república de Génova— en un lugar único en el mundo.

Como astutos mercaderes que eran, para aquellos venecianos el cumplimento de los contratos era sagrado. Como los antiguos romanos, no perdonaban la alteración de los acuerdos sobre la cantidad, precio y fecha de entrega. Por ello Venecia también significó la negación de quienes —como Karl Polanyi— argumentan que es imposible que sólo el factor económico pueda gestar un orden político viable. Como muestra, sus más 1300 años de duración los desmiente.

(Publicado en Contrapoder, suplemento del diario Expreso, Lima, domingo 28 de marzo, 2021, p. 8)

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