A Antonio Escohotado lo conocí personalmente de forma accidentalmente hace un cuarto de siglo, viéndolo caminar desprevenido por la miraflorina Av. Larco (cruce con la Av. Benavides). ¿Qué hacía en Lima el autor de la mayor historia sobre las drogas escrita hasta el presente? Como me lo dijo inicialmente, había llegado para probar alucinógenos locales. Años más tarde precisará que fue contratado para asesorar a una tesista. Antes de dicho encuentro casual yo ya había leído buena parte de su obra y me encontraba inmenso en la redacción de un pretensioso “tratado de filosofía individualista” que más tarde titularía Summa ácrata. Lo acabaría en 1999. Exactamente el mismo año en el que Antonio publica Caos y orden, que lo hizo acreedor al Premio Espasa de Ensayo. Justo un libro que juzgaba que las sociedades responden más a un orden no deliberado por nadie en particular (como diría F. A. Hayek, un orden espontáneo) antes que a una serie de directivas dadas por alguna mente u organización todopoderosa. Es decir, Antonio (a quien hasta entonces tuve más como un filósofo genial pero que no precisamente ligaba con el liberalismo que yo profesaba) presentó un libro con una interpretación liberal de la vida en sociedad tal y como (desde mis limitaciones) buscaba ofrecer con Summa ácrata. Cuando años después le alcancé un ejemplar de mi summa, en el acto sentenció entre carcajadas: “He aquí un producto de la edad de la autoimportancia”. Y lo era. De otra forma no se escribe.