Un 16 de septiembre de 1693, Isaac Newton le envía una extraña carta a John Locke. Lo hacía para excusarse. “Discúlpame por tener tan malos pensamientos y exponerlos”, le dijo muy sentidamente. ¿Qué es lo que había hecho? En primer lugar, había acusado a Locke por “esforzarse en enredarlo con mujeres”. También había deseado que se muriera cuando le hicieron conocer que se encontraba muy enfermo y que no iba a sobrevivir (pero sobrevivió). Puritano, Newton olvidó que el filósofo empirista y teórico político whig era tan puritano como él cuando lo tuvo por seguidor de Hobbes (una tremenda afrenta en la época, aunque en realidad ello no era tan falso) al haber escrito un libro sobre las ideas que golpeó la raíz de la moralidad. Por último, le pide perdón por creer que quiso meterlo en un embrollado negocio inmobiliario. Por todas esas imputaciones, Newton estaba sumamente arrepentido. Empero, ese proceder no le era excepcional. Todo lo contario, el ya famoso científico inglés era conocido por sus radicales cambios de carácter. Inicialmente imputados a su rigoroso método de trabajo intelectual, hoy se sabe que la causa estuvo en los experimentos alquímicos que realizaba con el mercurio.
(Retrato de Isaac Newton pintado por Godfrey Kneller en 1689. El mismo artista que retrató a Locke. El lienzo es propiedad del conde Portsmouth.)