Paul Laurent

ismosEn medio de la vorágine del proceso de revocatoria a la alcaldesa de Lima, el congresista aprista Mauricio Mulder tuvo una expresión que pasó desapercibida. Con relación al parecer del ex secretario general de la ONU de que no entendía por qué Alan García apoyaba a los revocadores, Mulder expresó que la opinión de Javier Pérez de Cuéllar vale tanto como la de cualquier vendedor ambulante.

Viniendo esas palabras de un representante del también llamado “partido del pueblo”, el peso despectivo con relación a lo que “cualquier vendedor ambulante” pueda opinar encaja más en el sentir de un miembro de una organización de estirados aristócratas.

Que ello no llame a extrañeza, no estamos ante ninguna desubicación. Mulder sólo habló en el tono despectivo que le es tan propio a todo aristoi (el mejor), el que suele ver a los demás como “poca cosa”. Por ende, estamos ante un tipo de personaje que se asume en la vanguardia. Aquello que el pensador medieval Marsilio de Padua rotuló como “parte prevalente” de la sociedad: esa élite que influye política y moralmente, a la vez que considera que el resto de los mortales sólo están aptos para acompañarlos en la retaguardia.

Lenin pensaba de ese modo. Denominó “vanguardias” a los grupos de élite de la revolución mundial. En términos operativos, aquella vanguardia era la que sabía qué hacer. Exactamente como el nombre del manual de acción para partidos revolucionarios que publicó en 1902, el que a su vez inspiró múltiples partidos en el mundo. En el Perú el recientemente desaparecido Javier Diez Canseco reivindicó esa línea, fundando Vanguardia Revolucionaria

Ciertamente estamos ante quienes se colocan por propia mano como los altamente diferenciados conductores hacia un mundo feliz que únicamente ellos conocen. Saben el camino, la ruta a seguir.  Y ese sólo saber les brinda la supremacía frente al común de los mortales, donde los comerciantes (los vendedores ambulantes) se ubican en un plano completamente opuesto al de los vanguardistas.

Así es, la descalificación de Mulder al internacionalmente reconocido Pérez de Cuéllar nunca será tan fuerte y directa como la descalificación que profiere a los vendedores ambulantes. Según el congresista aprista, si uno es tan irrelevante como un vendedor ambulante, habrá de entender que el importante habrá de ser gente como él: un político, un hombre de vanguardia por excelencia.

Sin embargo, el problema que esa vanguardia suscita es que comete el clásico error de anteponer la carreta por delante de los caballos. Es decir, no repara en el detalle de que los verdaderamente importantes son los que desprecia: esa masa que juzga que va en la retaguardia, cuando en realidad marcha por delante. Obviamente la teoría de las vanguardias arrastra la obsesión por el ideal antes por lo real. Juegan a anteponer el debe ser (el debe ser de cada uno de sus ideólogos) al ser. Y desde ello todo se pone de cabeza.

Al respecto, ante la afirmación de que el estado de bienestar ha destruido la “cultura del esfuerzo”, un vanguardista representante del sindicato de estudiantes de España negó rotundamente ese aserto. Y en su alegato mostró como contraejemplo la “cultura del esfuerzo” que se despliega en cada una de las marchas de protestas contra los que quieren destruir el estado de bienestar: rompiendo vitrinas, saqueando tiendas, destruyendo.

(Publicado originalmente en el Diario Altavoz.pe)

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