Como usted, yo también soy producto de un experimento pedagógico. No recuerdo exactamente cuál, de qué se trataba, qué querían de mí ni de mis compañeros. Únicamente recuerdo algo vago, muy vago pero contundente (¿contundente como un trauma?): que no querían que fuéramos meros memoristas.
He ahí las consecuencias. Eso es lo único que recuerdo. Así las cosas, la desmemoria no debe de ser gratuita, sino un producto finamente calculado. ¿Hechura de investigadores con ratones blancos y doctores plurilingües? Quizá por eso me pareció desconcertante cuando a fines de los años noventa me topé con marchas y artículos por aquí y por allá pidiendo a raudales una “vuelta a la democracia”: ¿cuál democracia?
Sin duda el éxito de los expertos estaba a la vista. Aunque para variar, no tengo ahora ni la menor idea de lo que realmente pretendían. Si no querían que “memoricemos como paporretas”, ¿qué querían? Pensamiento crítico, me recuerda un buen amigo pedagogo. Querían que tuvieras pensamiento crítico, qué pensaras por ti mismo, me precisa. ¿Un pensamiento crítico sin memoria? ¿Ese pensar por mí mismo significaba no valerme de evocación alguna, ni de la más leve? ¿Debía de recrear apoyos artificiales, puramente mnemotécnicos? ¿De eso se trataba el pensar por mí mismo?
Si partimos que Ortega y Gasset juzgaba que Inglaterra no ha tenido nunca filosofía (ni música, pues no llegó a saber de The Beatles), sino que sólo supieron de objeciones a la misma (el clásico escepticismo anglosajón), bien podría sospechar una ligera traza orteguiana en la propuesta pedagógica que prácticamente me hizo una “lobotomía no intrusiva”. Empero, Ortega no despreciaba la memoria. Así pues, un punto de partida de ese tipo se descartaba.
A propósito de la “lobotomía no intrusiva”, ¿se podrá pedir reparación “moral” (económica) por esa mutilación? ¿Alguna convención o tratado internacional podrá respaldar a las víctimas de los genocidas del pasado? ¿Algún artículo del código penal? ¿O por lo menos alguna propuesta legislativa para que se proscriban esas inhumanas prácticas behavoristas? ¿Por lo menos una sanción ética, un monumento, una plaza recordatoria?
Si medimos las cosas desde los resultados, ¿realmente pueden los técnicos en pedagogía andar sueltos por la calle? A mi modesto entender, deberían de ilegalizarlos de por vida (y esto incluye a mi buen amigo pedagogo). La salud mental de los niños así lo demanda. Pero sobre todo, lo demandarán las futuras víctimas de los adultos orgullosamente carentes de memoria. Sí, “orgullosamente” porque habrá a raudales de los que así se sientan. En propiedad, esas nutridas legiones de olvidadizos que con su imposibilidad de saber lo que pasó o no pasó muy bien pueden desagraciar su propia vida y las de los demás.
A lo mejor he ahí el mayor logro de las modernas técnicas pedagógicas. Cuestión de averiguarlo, aunque luego se corra el riesgo de olvidar lo que con tanto esfuerzo se descubrió. ¿Ello quizá para nuestro bien? Probablemente, pues los científicos de la enseñanza suelen pensar en todo.
Hablando de los “científicos de la enseñanza”, ¿se puede catalogar de esa manera al centauro Quirón, instructor de príncipes (ducho en los sones de la lira y la cítara)? Y la pregunta va porque a esas salvajes criaturas (inmoderados en extremo, como mi amigo pedagogo) se les tuvo por excelsos maestros, a pesar de las profundas cicatrices que dejaban.
(Publicado originalmente en Diario Alravoz.pe)