matri¿Qué hace un amante de la libertad clamando para que el estado bendiga a los matrimonios? ¿Es más acorde este tipo de pactos con los ideales de la libertad cuando es el estado el que los consagra?

Si los contrayentes gays creen que la felicidad está en lograr los mismos “derechos” que los no gays, habremos de entender que la felicidad no se entiende sin cadenas. Y ello porque están bregando para que sus bienes, vidas y descendencia sean “cosa pública”.

El cuidado de la infancia, de la ancianidad, el control de la natalidad, la educación, la nutrición y la salud, engrosarán los campos de interés de los gobiernos. Así, es claro que estos no se limitarán a salvaguardar libertades. Todo lo contrario, irán contra ellas. Bajo estos asertos, ¿qué noción de igualdad de derechos es la que se puede ofrecer?

Es extraño demandar igualdad de derechos cuando esos derechos no precisamente fortalecen libertades. Puntualmente, eso es lo que es el derecho de familia tanto como la esotérica idea de la dignidad de la persona humana. Cada una de estas figuras le obsequian al estado una superlativa capacidad de involucrarse en la vida de las personas. Así, no es causalidad que los diferentes programas antiliberales hayan inventado sistemas de gobierno desde estos baluartes del asistencialismo, dando cabida a esquemas altamente intervencionistas y hasta totalitarios.

Por lo dicho, los que promueven el matrimonio entre homosexuales no asumen que su marginalidad es la de aún poder ser libres de entrar y salir de una relación de pareja (o de más personas) cuando lo consideren pertinente. No tienen más amarras que el propio amor, las ganas o la necesidad de acompañarse.

Cuando las estadísticas resaltan las elevadas tasas de divorcios a nivel mundial (divorcios exclusivamente heterosexuales) y el alto porcentaje de parejas puramente limitadas a la convivencia (aligerando costos materiales y sociales al no involucrarse en la formalidad estatal), los grupos de presión gay van contracorriente. ¿Serán ellos el más duro filón del “hasta que la muerte nos separe”? Lo dudo. Igualmente se afiliarán a la corriente, ahora con el agregado de que conocerán lo que la legislación en la materia les obsequiará.

Y pensar que fue la reforma protestante la que invitó a que el “sacramento” del matrimonio se concrete vía el aval del estado, un estado por entonces confesional. Ello hasta que las corrientes laicas entraron a tallar. Erróneamente, en esa ruptura se le atribuyó al estado la facultad de casar. ¿Para qué? ¿Qué necesidad había? He aquí la otra cara del laicismo: el pretender reemplazar a la Iglesia haciendo del mero feligrés un ciudadano-feligrés. Concretamente, una oveja del “señor”, del señor estado.

¿Y el amor? Nada. Es a partir de fines del siglo XVIII que las personas van alcanzando el derecho de poder escoger su pareja por propia cuenta y riesgo. Antes de ese momento la decisión era familiar. Así pues, eso de elegir la “otra mitad” es de reciente data. Lo nuevo aquí es que hay dos mitades iguales que quieren unirse.

Colijo que cada una de las razones aquí anotadas el mundo gay las obviará. Sin duda, quieren boda y pastel con sello de burócrata a como de lugar. Ciertamente, también anhelan morar dentro del paraíso estatal porque juzgan que es lo mejor que le puede pasar a cualquiera.

(Publicado originalmente en Diario Altavoz.pe)

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