Paul Laurent
¿Son sinceras las quejas de quienes anteponen la “industrialización” al aprovechamiento de los “recursos primarios” (entre nosotros, básicamente los minerales)? El proceder de gobiernos socialprogresistas como los de Venezuela, Ecuador y Bolivia nos indica que estamos ante un mero recurso retórico de campaña electoral, pues en los hechos esos mismos gobiernos apuntalan sus economías en base a esos recursos.
Empero, es evidente que la idea de llevar a cabo una gesta industrializadora desde el estado está inserta en el nervio de un grueso sector de la opinión pública. Ciertamente, estamos ante un error de percepción. Ante una falsa dicotomía alentada por las ojerizas de quienes juzgan que toda ganancia encierra un mal, sobre todo si esa ganancia sale de las entrañas de la tierra (de la mítica Pachamama). Así pues, ¿es realmente malo que el mercado internacional quiera comprar “lo primario” a preciosos altos? ¿Eso es para entristecerse? En Venezuela, Ecuador y Bolivia no lo ven con pena.
Pensar que la alternativa a todos nuestros males está en proceder a una industrialización compulsiva (forjada desde el poder político antes que desde el mercado) es moverse en la más plena ingenuidad, ahí donde se mueven las buenas intenciones que hermanan a radicales de izquierda con el empresariado mercantilistas de siempre. No olvidemos que fue precisamente el dictador Juan Velasco Alvarado el que alentó a ese tipo de empresario. Un empresario obviamente que no encaja en los actuales manuales de emprendedurismo, pues estamos ante quien entiende que sus destrezas se aprovechan mejor en los predios del favor político antes que los del mercado.
Quizá el mayor ejemplo de país industrializado y que sigue perteneciendo al “tercer mundo” es Brasil. Sin duda es una potencia en recursos, y en cantidad de gente. Incluso ha aliviado su índice de pobreza, pero sigue siendo un país pobre (y altamente corrupto). Eso sucede cuando el estado se mete a ser parte del juego productivo, sea jugando como empresario, sea favoreciendo a empresarios, sea haciendo las dos cosas a la vez. Cada una de estas soluciones desarrollistas ya las hemos tenido, y fracasaron estrepitosamente. Los déficits fiscales, los endeudamientos y la hiperinflación fueron consecuencia de ello.
Luego de años de “economía primario exportadora” beneficiada por los altos precios internacionales, la hegemonía de la exportación de minerales que indican las cifras nos hablan de una evidente transformación. La minería sigue siendo un factor relevante (60% de las exportaciones), pero en las tendencias ya es perceptible la presencia de otros sectores “no primarios”. Innegablemente ese silencioso viraje no se da en balde, sino que es parte de un país que se ha ido capitalizando lentamente. Y esa capitalización ha sido posible por el aporte de las materias primas.
He ahí el papel que juega la vilipendiada “economía primaria”. Ayuda a capitalizar, a activar otras economías, a financiar futuras ocurrencias empresariales. Esa es la historia de los países que han alcanzado el desarrollo. En el siglo XVI Inglaterra aún vendía lana de oveja a los Países Bajos, la potencia económica del momento (modernamente, la primera en basar su desarrollo en el comercio antes que en la guerra). Si hubieran seguido la línea de la industrialización compulsiva, hoy seguirían acariciando ovejas. Puntualmente, es el caso de Argentina: La historia moderna no conoce de otra nación que haya alcanzado el primer mundo y que luego haya regresado al subdesarrollo.
(Publicado originalmente en Diario Altavoz.pe)