En vísperas de las elecciones generales del año 2011 escribí este texto. Felizmente pude encontrarlo gracias a que gentilmente el Instituto Ecuatoriano de Economía (IEEP) lo había reproducido en su página web. Y mi intención de reponerlo es para remarcar mi afirmación en un artículo anterior, donde señalo que el Perú post-Sendero Luminoso sigue reivindicando a Mariátegui y a Haya, muy a pesar de la total desconexión de estos pensadores con el Perú actual.
Paul Laurent
Sin un marco institucional sólido todo es feble, y ese marco nace a partir de los principios que justifican cada uno de los actos que permiten ese mismo crecimiento. Principios que deben estar insertos en la mente y sentimientos de las personas, en el discurso de los líderes políticos e intelectuales antes que en las frías normas de los técnicos y burócratas.
En vísperas del domingo 10 de abril, Alejandro Toledo deposita una ofrenda floral en la tumba de Víctor Raúl Haya de la Torre en Trujillo. Igualmente por esas fechas, un sobrino del fundador del APRA y el propio Ollanta Humala dicen que si “el jefe” estuviera con vida sería un “nacionalista”. Todo ello en la antesala de la primera vuelta de la elección presidencial de un país que desde hace diez años crece a un promedio anual de 6% en su PBI.
Más de una década atrás, el mismísimo Alberto Fujimori reivindicaba la figura y pensamiento del líder aprista junto a la de José Carlos Mariátegui, el “padre” del socialismo peruano. Y lo hacía tanto como liquidador de las huestes terroristas del MRTA (liderado por un ex aprista) y de Sendero Luminoso (liderado por un celoso “discípulo” de Mariátegui), como conductor del proceso de apertura de mercados que hizo que la economía se dinamizara, aunque al margen del estado de derecho.
Recordemos, el hoy encarcelado Alberto Fujimori (condenado a 25 años por asesinato y a 7 años por apropiación de fondos públicos) llegó al poder de la mano de la izquierda y del APRA. Y llegó venciendo espectacularmente al hoy Premio Nobel de Literatura Mario Vargas Llosa. Y lo venció blandiendo un programa antimercado y populista.
¿Fue ese un alegato antisistema? No, el antisistema era Mario. Fue él quien propuso una revolución capitalista y liberal en un país diseñado a imagen y semejanza de ideas que en los hechos se traducen en control de precios, limitaciones a los contratos y a la propiedad, privilegios industriales, asistencialismo y nacionalizaciones. Exactamente, cada uno de los puntos que pensadores como Haya de la Torre y Mariátegui (desde la izquierda) y Víctor Andrés Belaunde (desde la derecha) habían apuntalado a lo largo del siglo XX desde sus llamados a la justicia social, a la luchas de clases y al bien común.
Sobre la obra de éstos “padres fundadores” hay que sumar la enorme influencia de dos fuertes tradiciones: la del militarismo y la de la Iglesia Católica.
La del primero, un factor falsamente asegurador del orden y de la disciplina que sólo ha sabido ser ducho en fracasos nacionales y en moldear espíritus autoritarios a la vez que apocados y serviles; la del segundo, afianzadora de una añeja tradición conservadora, culposa y reprimida, donde todo goce de lo personal y terrenal corre el riesgo de ser pecado.
Bajo estos lastres, ¿cuál habrá de ser la savia ideológica que nutra al peruano promedio? Como dato empírico diremos que ningún candidato presidencial ha ganado con una propuesta ni siquiera medianamente liberal. Todo el que ha intentado colgarse de ella ha sido fácilmente desplazado por postulantes social-progresistas, intervencionista o puntualmente estatistas.
Ni siquiera Fujimori en su mejor momento (en 1995) tomó esas banderas. No, lo suyo siempre fue un gobierno personalista y fuerte, con posibilidad de involucrarse en los negocios privados y con unas fuerzas armadas a su entera disposición. Desde esos soportes, el estado de Fujimori llegó ahí donde nunca había llegado, activando una red de asistencialismo (educación, alimentación y salud) tan sólida y efectiva que tiempo más tarde vendría a ser parte del electorado de su hija Keiko.
Así, cuando éste mandatario huya hacia Japón y el país retome la senda de las elecciones libres, el comportamiento del votante no tendría por qué variar. En directa sintonía con éstos últimos, los discursos de los que alcancen la presidencia de la república tampoco variarían. Le harían escuchar a los electores aquello que querían escuchar, cabalmente aquello que siempre habían escuchado.
Eso fue lo que hicieron Toledo y García en el 2001 y en el 2006. Pero una vez instalados en Palacio de Gobierno los dos fueron animosos continuadores de la senda económica trazada a inicios de los noventa por Fujimori. Ambos dejaron atrás sus ataques a la globalización, a la inversión extranjera y economía de mercado. Esas “soluciones” que aparecieron cuando la bancarrota y el colapso hiperinflacionario dejado por García en 1990. No había margen para nada a ello. He ahí las bases del “milagro peruano”. No se aceptó el librecambio por convicción, sino por imperiosa necesidad.
No obstante ello, la permanencia en el tiempo de esa alternativa supo dar sus frutos: los niveles de pobreza se han reducido considerablemente: de casi un 50% a un 34%. Junto a ello, una nueva clase media irrumpe en escena, acompañando con su modernizador ímpetu la transformación de importantes ciudades del interior, y ciertamente la de la propia Lima.
Todo hacía suponer que se estaba dado vuelta a la página al casi endémico subdesarrollo, comenzando por el cambio de paradigmas mentales. Incluso hasta el estado de ánimo y la propia psicología de la gente varió, pero no el credo. Con todo, ya no se miraba al suelo, arrastrando la mirada. Ello se daba, se decía, ahí donde los mercados imponían su ritmo, no donde ellos no existían.
Eso se pensó hasta el domingo 10 de abril, cuando un importante grueso del electorado decidió volver a las fuentes. Al fin y al cabo, siempre se había votado en esa dirección. ¿Cuál fue la sorpresa? Jamás la ciudadanía había apostado por el ideario capitalista, lo suyo era lo contrario: estado castrense y economía de guerra, rezo del rosario y búsqueda de lejanísimos cielos. No se traicionaron, fueron coherentes. Más bien ellos fueron los constantemente traicionados desde la caída de Fujimori.
Sacando a Keiko de escena (en acaso democrático remake de su padre), la pregunta que se impone es: ¿Humala será otro de los que defrauden el voto popular? Difícil saberlo, las dudas abundan. Todo indica que él sí cumplirá con sus promesas. De ser así, todos los avances logrados abortarán, sumiendo al país nuevamente por la senda del atraso y del subdesarrollo.
Paradójicamente, si ocurre lo contrario, respetando y aún profundizando los mercados abiertos, la propiedad privada, las inversiones y el estado de derecho, tendremos a uno más que “defrauda” al grueso del electorado, que lo tima, que lo engaña. Si ello se da, es lógico que se siga incubando una “solución radical”. Un fantasma que nos rondará en cada siguiente elección… ¿Su hermano Antauro?
Evidentemente, el crecimiento económico no se garantiza a sí mismo. Sin un marco institucional sólido todo es feble, y ese marco nace a partir de los principios que justifican cada uno de los actos que permiten ese mismo crecimiento. Principios que deben estar insertos en la mente y sentimientos de las personas, en el discurso de los líderes políticos e intelectuales antes que en las frías normas de los técnicos y burócratas. He ahí una tarea pendiente, inmensa pero necesaria.