OskarAl eterno niño Oskar Matzerath un día le tocó recibir la siguiente reprimenda que fácilmente puede ser tomada desde el más hondo de los significados: ¡Tú sí que eres un pilluelo, tú! Te metes ahí, no sabes lo que es, y luego lloras.

Sin duda, al perverso personaje principal de El tambor de hojalata de Günter Grass esa llamada de atención debió de obligarle a abrir sus enormes ojos claros hasta más no poder. Acaso un tipo de reacción muy similar al que la lectura de los artículos de Rocío Silva-Santisteban (El mito del crecimiento infinito) y de Jorge Frisancho (Contra el crecimiento económico) ocasionan.

Si advertimos que en Matzerath y en la dupla Silva-Santisteban/Frisancho el tema se centra en la decisión de no crecer, veremos que la reprimenda del primero muy bien puede recaer en los segundos. En el caso de Matzerath, al congelarse para siempre como un niño de tres años. En Silva-Santisteban/Frisancho, al anhelar que el país ya no crezca más.

Así como se lee. Por lo menos en Matzerath se estaba ante una obsesión que no trascendía lo personal, siendo que a la par estamos ante un personaje de ficción. Exactamente la cara opuesta del tándem Silva-Santisteban/Frisancho, para quienes la posibilidad de erradicar la pobreza es tan peligrosa como indeseable.

Puntualmente, para Frisancho «el término “crecimiento económico” es un constructo ideológico» (sic). Sin rubor, he aquí una manera de argumentar que hace recordar a los añejos discursos marxistas de quienes buscaban camuflar su desembozado anticapitalismo sea través de una retórica órfica tanto como de una excéntrica lógica. Sólo desde esos soportes es que se puede expresar que todos estos años de crecimiento económico (más de veinte para algunos, quince para otros) deben de terminar, tanto por el bien del país como el de la humanidad.

Nuevamente, así como se lee. Lamentablemente para Silva-Santisteban/Frisancho, es por demás conocido que quienes suelen alegar las fallas del modelo primario extractivo y exportador (¿cómo el de Noruega?) una vez enquistados en el poder proceden a aplicar el mismo modelo que critican. Esos son los casos de Evo Morales en Bolivia y Rafael Correa en Ecuador, para no hablar de la Venezuela bolivariana (nación monoproductora) que hasta hace poco financiaba generosamente al grueso de los defensores de la vía alternativa al “gran capital”.

Por lo mismo, echarle la culpa a la industria local de la «desertificación de los valles costeros, la pérdida de los glaciares andinos» (lamento de Frisancho) es jugar con las palabras si es que (como el mismo Frisancho expresa) el Perú es «una economía pequeña con un impacto muy menor en el cambio climático». Un cambio climático innegable, innegable desde que el mundo es mundo. Obviamente la falta de sinceridad (más que de razón) es palmaria.

Crudamente, estamos ante quienes no les interesa resolver el subdesarrollo ni lo que acontece dentro de él. Al parecer, la eliminación de la pobreza les provoca arcadas. Según sus fantasías (pues no exponen realidades, sino temores), dejar de lado el atraso y la miseria de millones de compatriotas arrastraría males superiores al de ese mismo atraso y miseria. Abiertamente, un inhumano disparate. El que exuda copiosamente algo que se dice no padecer (como cual enfermedad): “un constructo ideológico”. Es decir, mera falsificación retórica de la realidad (que les resbala), del sentido común (al que repudian) y de la lógica más elemental (de la que disienten).

(Publicado originalmente en Diario Altavoz.pe)

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