19007_506507492734448_1495470712_n¿Pueden haber libros de calidad si es que hay lucro de por medio?

La pregunta no es antojadiza, simplemente va en directa relación con el argumento que se suele exponer contra la oferta de educación privada en general: Si el docente depende del pago del alumno (mayormente el pago de los padres), los detractores juzgan que es altamente probable que se aplique el precepto clásico de todo vendedor por excelencia: “el cliente siempre tiene la razón”.

¿De poner en lugar del docente a los que escriben y publican libros, las cosas serían diferentes? (También podríamos referirnos a los médicos y otros profesionales.)

De seguir la lógica de los reacios al lucro en el tema educativo, no será nada forzado desembocar en el mismo parecer. Al fin y al cabo, si hay universidades-quiosco (insertas en cocheras, encima de chifas o al lado de un célebre burdel chalaco… a propósito, ¿César Vallejo era putero?), ¿por qué no podrían existen autores y libros con ese mismo espíritu de mercachifle y burdelero?

Obviamente, existen. Y en abundancia, y con grados y títulos para todos los gustos. El procedimiento es más descarnado: se paga al editor (si es que existe) o al imprentero (los que abundan) para que le de forma y acaso vida al exabrupto o genialidad que se ha tenido a bien redactar. Mínimamente buscarán que su criatura tenga la forma de libro.

Como alguna vez me contó un editor, el que una “reputada” escuela de negocios (hoy flamante universidad) busque publicar cualquier basura de cien páginas al margen de la calidad que su pretendida reputación le demandaría es (entre nosotros) lo más normal del mundo. Por cierto, los autores de esos “estudios” son hechura (por lo menos llevan su firma) de los Ph.D. y magísters que la recientemente promulgada Ley Universitaria ansía reproducir a mansalva.

A propósito de ese tipo de “producción académica”, recuerdo el tremendo susto que hace ya varios años se llevó un joven abogado ante la sorpresiva demanda por sus servicios por parte de una prestigiosa universidad privada: lo querían entre sus filas por haber publicado un libro que él nunca escribió sobre un tema que apenas conocía. Asimilando positivamente el miedo inicial, desde entonces dicho “jurista” se hizo tanto un experto conferencista como un respetado catedrático en aquel tema.

¿John Milton pensó en este tipo de favorecidos de la diosa Fortuna cuando expresó en su Areopagítica que «los libros no son para nada cosas muertas, sino que reside en ellos una fuerza vital tan activa como la del alma a cuya progenie pertenecen»? Yo creo que sí, lo vislumbraba… si no es que ya estaba acostumbrado a toparse con esos personajes.

Claramente la obsesión por publicar no es patrimonio exclusivo de los escritores noveles. Más aún si el incentivo para publicar lo da una sociedad urgida de “talentos” que se miden no por la calidad de la obra en sí, sino por lo que se aparenta ser. Así pues, ¿estamos ante ese tipo de bien escaso que en su día le hizo decir a Thomas Carlyle que la verdadera universidad es hoy una buena colección de libros?

Por suerte, aún el parecer de Carlyle sigue en pie. El parecer sobre los buenos libros, por supuesto. Los que se imprimen en el mismo lugar que los malos.

(Reproducido en Diario Altavoz.pe)

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