Para J. M. Keynes, el asunto del origen del capitalismo era muy sencillo: el robo. Según sus pesquisas históricas, la captura de los barcos que a fines del siglo XVI trasladaban ingentes cantidades de tesoros desde América a España fue la base del capitalismo.
Ello lo indica en A Treaty of Money. The Applied Theory of Money (Vol. II). A su entender, el botín que el corsario Francis Drake llevó a Inglaterra después de sus correrías por los dominios españoles en el Nuevo Mundo es el punto de inicio del capitalismo inglés.
Serán muchos los que asuman sin ningún reparo esa premisa. Entre nosotros, Jorge Basadre lo hará en 1978 en una adenda para la reedición de su libro de juventud (de juventud socialista) Perú problema y posibilidad de 1931. Como muchos, el afamado historiador será de los que juzguen que la producción de riqueza es un juego de suma cero (de pérdida) antes que un juego de ganancias sin violencia alguna de por medio.
Si la tesis de Keynes fuera cierta, el desarrollo económico precedente carecería de sentido. La baja edad media y el Renacimiento (su generosa extensión) fueron muestra de ello. Cinco siglos antes de que corsarios y reyes dominen el escenario, Europa supo de una civilización muy distante de los rigores de los mercados cautivos (mercados nacionales), del despojo y la rapiña.
Por entonces, el motor del progreso estaba apuntalado por el impulso empresarial de una atomizada urbanidad. La dinámica de las ciudades-repúblicas (verdaderos emporios comerciales) alentó la expansión de las economías, que trascendió internacionalmente. A todas luces, un esquema diametralmente opuesto a la política estatal que liquidará un magno nivel de intercambio.
Detalle a tener en cuenta: en los ámbitos urbanos la servidumbre era marginal, si no es que completamente extraña. Sin embargo, en los predios rurales ese lastre imperaba a sus anchas. Así es, imperaba justo ahí donde reyes y caballeros feudales hacían sentir su presencia. Una ruralidad que sólo pudo ser transformada por y desde las economías de las ciudades, no desde el rigor despótico de los príncipes.
Esa es la fuerza civilizadora de los mercados. Como Max Weber lo advirtió mirando al siglo X: A mayor capacidad adquisitiva del campesino ganado por el comercio, mayor fue su capacidad de negociación. Tal es como se logra un derecho, exactamente aquello que la gente libre puede exigir que los demás respeten.
Como es de ver, el escenario previo a la “gesta” de Drake y sus secuaces (como la reina Isabel) informa por sí mismo de una período de acumulación de riqueza (de capitalización) muy anterior a la modernidad, a los estados y al propio descubrimiento de América que estudiosos en la materia como Henri Pirenne, Jacques Le Goff y Hugh Trevor-Roper (entre otros) han ido desentrañando en una generosa bibliografía.
Ante todo lo expresado, ¿Stalin compartía la tesis de Keynes? La pregunta no es antojadiza, pues en 1936 el gobierno republicano español puso a su cuidado un tesoro que databan desde los días de los Reyes Católicos (y de sus dominios aztecas e incas).
Ante la pregunta de un camarada si lo devolvería, Stalin respondió con un proverbio ruso: Nunca volverán a ver su oro, como tampoco ven sus orejas. Y que se sepa, la entonces URSS no se desarrolló a pesar de ese robo.
(Publicado en Diario Altavoz.pe)