Según el BID, desde el 2012 el 70% de los peruanos pertenece a la clase media. De ese total, un 40 o 50% correspondería a una “clase media consolidada” y un 20 o 30% al de una “clase media emergente”, pero con un ingreso mensual aún fronterizo con la pobreza (unos U$660 según Arellano Marketing).
Si hacia 1990 la clase media había sido reducida a su mínima expresión, veintidós años después el panorama comienza a invertirse. Quizá no a los niveles que indica el BID, pues para muchos expertos esa mejora sólo corresponde a un tercio de la población.
Desde una visión más amplia, Francis Fukuyama liga ese ascenso de la clase media local a un crecimiento global en el que China e India sobresalen con creces, pero que alcanza al resto de regiones. Tal es como África ostentaría ya una clase media de unos 300 millones de personas.
A pesar de ese progreso, en el Perú sólo unas 15 mil personas de un total aproximado de 30 millones cargan sobre sus hombros el 85% de la recaudación tributaria. ¿Desde ese marco se aspirar al ideal del estado del bienestar?
Como antaño, el asumir como definitiva una prosperidad que aún es sólo una promesa es repetir el tropiezo. Por lo mismo, que las élites políticas e intelectuales demanden ensayar salidas “alternativas” de desarrollo es retornar a la vía directa a un fracaso sobradamente conocido. ¿Es viable darle vida a ese tipo de estado sobre una base de U$7 mil como ingreso per cápita?
El Índice 2014 de libertad económica de la Heritage Foundation señaló en su esquema metodológico que ingresos per cápitas como el peruano son los propios de “economías reprimidas”. Junto a ello, según un reporte de Euromonitor, en el 2013 la producción mensual de un trabajador peruano alcanzó los U$1.048. Un monto inferior al que perciben los trabajadores en Chile (U$2.769), Venezuela (U$2.250), México (U$2.051), Argentina (U$2.048), Brasil (U$1.566), Colombia (U$1.366) y Ecuador (U$1.281).
La sola mención de la escasa capitalización hasta ahora alcanzada nos confiesa perfectamente que el progreso alcanzado es tan cierto como escaso: En el 2013 el Perú recibió U$40 mil millones de inversión, lo que ubica al país en el quinto lugar de las economías sudamericanas (tenemos un PBI per cápita 60% inferior al chileno).
Recientemente la consultora Mercer señaló que Lima se ubica en el puesto 124 de 223 ciudades medidas a nivel mundial respeto a su calidad de vida. Ello va de la mano con el puesto 101 de entre 148 países que el Perú tiene en el ranking de competitividad global en calidad de infraestructura. Ya de por sí los 11 millones de pobres que aún el Perú tiene delata la fragilidad de unas reformas que necesitan ser apuntaladas desde la misma lógica librecambista que dio le réditos.
Si la medida internacional para considerar que un país es desarrollado es que se tenga un ingreso per cápita de U$24 mil, es fácil entender la importancia de las reformas de inicios de la década del noventa tanto como la necesidad de ampliarlas. Que el librecambio impacté radicalmente en beneficio de aquellos 11 millones de pobres aún es una terea pendiente, siendo que se han privilegiado apuestas librecambistas para uso exclusivo de reducidos sectores empresariales antes que para una empresarialidad más amplia.
(Publicado en Altavoz.pe)