A propósito de conmemorarse los veinticinco años de la desaparición de Alberto Flores Galindo, es interesante ver cómo Nelson Manrique lo recuerda (Vid. diario La República, 24 de marzo de 2015). Lo pone en su justa dimensión. Es decir, hace referencia de un tipo de intelectual plenamente adscrito a la línea dura de la fantasía revolucionaria. Una fantasía que hace que el poseído se concentre en lo más arrebatador de su fuga de la siempre opresora realidad, obviando que en su camino hacia el poder habrán de ser los sicarios del puro amor a los pobres los que se encarguen de despegar la vía (sea apartando cosas, suprimiendo proyectos personales o hasta liquidando gente de carne y hueso).
No en vano son mentes altamente preparadas para advertir “lo importante”. Así es, esa manera de ver la acción política termina por no sentir asco si es que hay que asesinar por los más elevados ideales de justicia social. Utilitarismo puro. Al respecto, resulta revelador que el propio Flores Galindo manifieste en su carta de despedida (del 14 de diciembre de 1989) la imperiosa necesidad de que la izquierda reencuentre su dimensión utópica.
¿Qué había sucedido? Asuntos profanos, Tito es más que descriptivo: «Mientras el país se empobrecía de manera dramática, en la izquierda mejoraban nuestras condiciones de vida. Durante los años de crisis, gracias a los centros y las fundaciones, nos fue muy bien y terminamos absorbidos por el más vulgar determinismo económico. La situación se extrapoló. En el otro extremo quedaron los intelectuales empobrecidos, muchos de ellos provincianos, a veces cargados de resentimientos y odios.»
Tal es como narraba sobre los zorros de arriba y a los zorros de debajo de la izquierda peruana.
Flores Galindo pudo haber tenido sus distancias de estilo con Sendero Luminoso (pues no era maoísta), pero en líneas generales (como el grueso de la izquierda peruana de los años ochenta) esa distancia era fácil de superar. Sólo era cuestión de anteponer “rezagos pequeños burgueses” y comenzar a asumirse como omnisciente colectivo. Al fin y al cabo (como lo rememora Manrique), a Flores Galindo la caída del muro de Berlín, del sandinismo y del repliegue de las guerrillas castristas en Guatemala y en El Salvador no lo amilanaron. Sabemos que a Abimael Guzmán esos traspiés del “proceso revolucionario” tampoco lo afectaban.
Hasta el último, el autor de Buscando un inca porfió en volver a levantar muros y alentar insurrecciones agropastoriles en búsqueda de un “orden nuevo”. Aunque lo “nuevo” en él era dar prioridad al mundo campesino antes que al urbano, sinónimo de lucro y mercado. Sin duda, una extraña manera de apostar por lo moderno.
Cuando se lee que Flores Galindo se lamentaba de que la izquierda ha perdido la fe en la dimensión utópica, es imposible no ver la congoja propia de un chamán ante la entrada en razón de los que hasta entonces creían en su magia. El problema no estará en la pérdida de sus poderes mágicos, sino de las luces que han alcanzado los otrora crédulos. En el caso de los intelectuales de izquierda, mejor existencia profesional se tenía en una ONG que una oficina gubernamental.
Por lo dicho, ¿dónde queda el legado Flores Galindo? ¿Qué tiene de rescatable su discurso socialista? Ciertamente, ello es muy complicado.
En el 2005, el también historiador Manuel Burga fue contundente con relación a lo que el socialismo significó para su generación (Vid. en entrevista de Mariela Balbi, en El Comercio, lunes 1 de agosto del 2005, p. a8). Fue simple y directo: «Esa ilusión del siglo XX nos hizo perder el tiempo.» Y al parecer, aún hay a quienes les encanta tirar por la borda las mejores horas de su corta existencia.
(Publicado en Altavoz.pe)