Alberto Benegas Lynch (h)
A partir de la publicación de la obra de John Rawls A Theory of Justicese ha desatado con mayor ímpetu el deseo irrefrenable por manipular al ser humano con el pretexto de que hay personas que tienen ventajas “no merecidas”. En primer lugar, debe subrayarse que no merecemos haber nacido donde lo hicimos, ni con nuestras respectivas características físicas e intelectuales, tampoco merecemos nuestros ingresos ya que son en gran medida consecuencia de las tasas de capitalización que producen otros y así sucesivamente, de lo cual no se sigue que terceros se arroguen la facultad de quitarnos esas situaciones (ni quitarnos la vida que en ningún caso merecemos). Pero hay mucho más en este asunto. Las habilidades fruto de esfuerzo personal (que Rawls excluye ya que centra su atención en las “naturales, no merecidas” y no en las “adquiridas”) son el resultado de los talentos naturales ya que nos proporcionan condiciones básicas del carácter y las correspondientes potencialidades para adquirir lo que adquirimos de modo que la separación se torna muy viscosa e imposible de precisar.
En segundo término, nadie puede hacer un inventario de talentos puesto que ex ante no se conocen (ni siquiera el propio sujeto actuante ya que se van revelando a medida que se presentan las oportunidades, las cuales pueden no surgir si hay una amenaza de expropiar talentos). Tercero, en la medida en que no funcione el mercado (cosa que es bloqueada por Rawls debido a su redistribución “para compensar” diferentes talentos y por no considerar el derecho de propiedad como parte de su “lista de libertades básicas”). No es posible conocer tampoco los talentos ex post ya que si el mecanismo de precios está adulterado no hay manera de evaluar y ponderar, tomemos por caso, los talentos de un pianista frente a los de un panadero. Cuarto, la división del trabajo opera en base a distintos talentos y, por consiguiente, en la medida de su igualación tenderán a derrumbarse dichas ventajas. Quinto, como apunta Thomas Sowell, las desigualdades son multidimensionales y también hacen que ni siquiera el mismo sujeto sea igual a si mismo de un día para otro con lo que la idea de la manipulación al efecto de nivelar resulte de una complejidad astronómica (además de contraproducente). Por último, aun suponiendo que estos ejercicios pudieran llevarse a la práctica, las eventuales “compensaciones” abren posibilidades a que se pongan de manifiesto talentos para utilizarlas con lo que habría que compensar la compensación en una secuencia sin fin.
Ya he apuntado antes que Anthony de Jasay escribe en Market Socialism: The Square Circle que es autodestructiva la tendencia a nivelar antes de que comience “la carrera por la vida” al efecto de pulir ventajas no adquiridas por el corredor puesto que, para ser consistente, habrá que nivelar nuevamente a la llegada, de lo contrario la próxima carrera en la que participarán los herederos mostrará nuevamente desigualdades “no ganadas” que deberán limarse lo cual hace que la carrera misma carezca de sentido.
Es que como señala C.S. Lewis en The Abolition of Man estas manipulaciones del ser humano no solo revelan una arrogancia y una presunción del conocimiento realmente abrumadoras sino que, como agrega el antes citado Thomas Sowell en In Quest for Cosmic Justice, los planificadores de vidas ajenas se arrogan la facultad de concebir una justicia supraterrenal que nada tiene que ver con la clásica definición de Ulpiano de “dar a cada uno lo suyo” sino que se pretenden ubicar en al rol de Dios en la Creación y en el día del Juicio Final, en cuyo contexto se esgrime una idea de la justicia tan atrabiliaria como el sostener que “es injusto” que llueva o que el sol aparezca por el este.
A partir de Rawls han surgido otros destacados seguidores que escudriñan lo propuesto desde diversos ángulos. Para limitarme dos de ellos, me refiero a Ronald Dworkin y a Lester Thurow, respectivamente en A Matter of Principle y The Future of Capitalism. En el primer caso, el autor dice que “Las personas no deben tener diferentes cantidades de riqueza simplemente porque tienen diferentes capacidades innatas para producir aquello que otros reclaman o aquellos cuyas diferencias aparecen como consecuencia de la suerte. Esto quiere decir que la asignación del mercado debe ser corregida para acercar a algunas personas en dirección a que compartan una porción de los recursos que hubieran tenido si no hubiera sido por aquellas diferencias de ventaja iniciales, de suerte y de capacidad innata”.
Esta reflexión apunta a la tesis rawlsiana con el agregado más explícito de la “corrección” al mercado por parte de los aparatos estatales, lo cual necesariamente se traduce en la distorsión de los precios relativos con lo que se malguían los operadores económicos con el consiguiente consumo de capital que, a su turno, disminuye salarios e ingresos en términos reales.
El segundo autor, que trabaja en una línea argumental similar, es todavía más directo y presenta el tema con mayor crudeza (y tengamos en cuenta que ostenta los grados máximos en economía en Oxford y Harvard y enseña esa asignatura en MIT): “el capitalismo sostiene que es el derecho de los económicamente competentes expulsar a los incompetentes del ámbito comercial y dejarlos librados a la extinción económica. La eficiencia capitalista consiste en la `supervivencia del más apto´ y las desigualdades en el poder adquisitivo. Para decirlo de forma más dura, el capitalismo es perfectamente compatible con la esclavitud”.
Ese es la estación final en este recorrido: resulta que el sistema del respeto recíproco que limita el abuso de poder es en verdad una esclavitud. Por otra parte, entre los deslices conceptuales que surgen en estas manías planificadoras se encuentra el del “darwinismo social”. Un lugar común en estos ambientes pero que extrapola ilegítimamente de la biología a las ciencias sociales. Como es sabido fue Bernard de Mandeville con sus explicaciones sobre las ventajas de la evolución cultural en libertad quien inspiró a Darwin. Ahora aparecen cientistas sociales que toman la idea del pionero en el desarrollo de ideas evolutivas circunscriptas a las ciencias naturales para aplicarlas a otro campo con la enorme diferencia de que ni Mandeville ni Darwin pensaron en aplicar las mismas consideraciones para uno y otro campo de investigación sino que de sus estudios surgen claras diferencias. Es decir, en el campo de la economía, al revés de lo que ocurre en la biología, como una consecuencia no buscada, los más fuertes trasmiten fortaleza a los más débiles vía las tasas de capitalización que se traducen en mayores ingresos y salarios. Además, en ciencias sociales la selección es de normas de convivencia en un proceso evolutivo de aprendizaje y no de selección de especies.
En todo caso, como ha titulado Friedrich Hayek su última obra, se trata de una “arrogancia fatal” la de pretender re-moldear la naturaleza humana a través de manipulaciones que se internan en intrincados vericuetos llenos de contradicciones y acechanzas. He escrito antes que mi ensayista-cuentista favorito Giovanni Papini sostiene que la mayor parte de los problemas del hombre provienen de la soberbia, la pretensión de “ser como dioses” con las consecuencias que están a la vista, provocadas por los tristemente célebres megalómanos del momento.
Y la soberbia no es solo en el plano mencionado sino que se extiende a otros rincones, uno se refiere a las predicciones de los econometristas, profesión que se dice Dios la creó para no dejar tan mal parados a los metereólogos. Otro plano puede representarse con el gran escritor Alejandro Dumas (padre) al que Auguste Maquet fabricó parte de sus obras sin aparecer, lo cual se ilustra cuando aquel le pregunta a su hijo si había leído su última novela, a lo que Alejandro Dumas (hijo) le responde: si la he leído ¿y tu lo hiciste?
(Este artículo fue publicado originalmente en El Diario de América (EE.UU.) el 6 de septiembre de 2012)