Que la política y la carencia de principios vayan de la mano no es ninguna novedad. Por lo mismo, no tiene por qué extrañar que en ella el significado de las palabras sufra de análoga desconexión.
En esa medida, ¿cómo calibrar el pedido de quienes reclaman una “derecha liberal”? ¿Por qué la “derecha” y no el “centro” o la “izquierda”? ¿Qué es lo que hace que un universo considerable de personas tengan a la “derecha” como un puerto natural del discurso liberal? Para comenzar, ¿saben exactamente qué es lo que el liberalismo defiende?
Como es conocido, el origen de la división “derecha” e “izquierda” estuvo en la ubicación que los jacobinos tuvieron en el recinto de la Asamblea Nacional en plena Revolución francesa. Desde entonces, ese será su espacio en el debate público. Por descarte, los que no ocupaban ese sector de la sala automáticamente pasaban a ser de “derecha” (sin importar las singularidades del caso).
Innegablemente, he aquí una manera intransigente de tratar al “otro” que los revolucionarios franceses de 1789 llevarán a unos extremos sólo superados por sus directos herederos: los bolcheviques rusos de 1917. Una línea de comportamiento que hará escuela, pues se reprodujo a lo largo y ancho del planeta con suma facilidad.
Por lo dicho, es evidente que lo que se denomina “derecha” es una invención de quienes siempre tuvieron plena conciencia de lo que pretendían. Es un constructo elaborado en base a una negación maniquea, forzada y abusiva en todos sus extremos. Es decir, es una ocurrencia de quienes desde su neurosis fabrican rivales y culpables imaginarios que les ayuda a justificar sus delirios y tropelías. ¿No son esos los soportes clínicos de un Marx alegando en favor de la “cientificidad” de la violencia entre clases sociales y el paraíso proletario?
Comprensiblemente, esta entelequia jacobina terminó activando una sensibilidad reaccionaria que más tarde responderá a los rigores de su abierto rechazo al jacobinismo antes a los supuestos rigores de su propia “doctrina”. ¿Eso es a lo que se llama “derecha”, a la que se busca humanizar o “entrar en razón” con el sí claramente doctrinario y principista liberalismo?
Menudo lío. ¿Cómo darle vida liberal a un fantoche comprobadamente confeccionado por antiliberales? ¿Ser de “derecha” puede ser cualquier cosa, menos ser de “izquierda”? Es válido hacer la interrogante a la inversa, pero en ambos casos la negación no colabora con aclarar los valores que permitirían entender por qué la “derecha” tendría que ser rediseñada desde el liberalismo.
Que sepamos, el liberalismo es esencialmente contrapolítico. Por ende, le repele lo estatal. Sus miras están en abogar por las libertades de las personas, no por diseñar programas gubernamentales que las opaquen o anulen. Como se ve, su credo no es palaciego.
Sólo es cuestión de hacer memoria. Así pues, cuando se dice que la derecha tiene intereses antes que principios no estamos ante un mal en sí mismo. Lo fue cuando jugó a ser igual de principista como la izquierda remedándola en la militarización de la sociedad y en el terrorismo de estado. Como recordó Ernst Nolte, los campos de concentración y las prácticas genocidas no fueron invención nacional-socialista (los non plus ultra de la derecha mundial), sino de los comunistas/socialistas soviéticos (los non plus ultra de la izquierda mundial).
(Publicado en Altavoz.pe)