«Los norteamericanos consideramos como derechos fundamentales la libertad de expresión y la libertad de credo. Hasta 1914, también pensábamos que la libertad de escoger nuestras dietas y drogas constituía un derecho fundamental.» (Thomas Szasz, La moralidad del control de drogas)
«La libertad religiosa norteamericana es (…) incondicional; no depende de que una determinada iglesia demuestre, a satisfacción del Estado, que sus principios o prácticas poseen “eficacia religiosa”. La exigencia de que los practicantes de una religión establezcan sus credenciales teológicas a fin de ser tolerados es la marca distintiva de un Estado teológico. El hecho de que nosotros aceptemos la exigencia de que quienes defienden una droga deben establecer sus credenciales terapéuticas antes de que toleremos su venta o utilización demuestra que vivimos en un Estado terapéutico. (…) El argumento según el cual las personas precisan que el Estado las proteja de las drogas peligrosas pero no de las ideas peligrosas no alcanza a convencer. Nadie tiene que ingerir una droga que no desee, así como tampoco tiene que leer un libro que no quiera leer. En la medida en que un Estado asume el control sobre tales asuntos, lo hace tan sólo para subyugar a sus ciudadanos —protegiéndolos de la tentación, como si fueran niños, e impidiendo que asuman el control sobre sus propias vidas, como si fueran un pueblo sometido a la esclavitud.» (Thomas Szasz, Id.)