grecia-musicaSi Aristóteles tuviera que decidir la suerte política de algún flautista, es muy probable que lo vete.

En su momento, una espantada (¿o sobreexcitada?) Atenea arrojó la flauta después de haberla descubierto. Vanidosa, no quiso ser recordada por sus muecas. Racional, no estaba para soplar por un orificio y deformarse la cara mientras hacía otras cosas.

Las razones del autor de la Política no eran muy distintas, no se puede tocar la flauta y hacer zapatos a la vez. Sólo los cartagineses toleran ello, pero en un griego no es nada grato que una persona ejerza varios oficios al mismo tiempo. Y si es ciudadano, ningún oficio salvo el de la política.

Cuestión de principios: para Aristóteles «la flauta no es un instrumento de carácter ético, sino más bien orgiástico». ¿Habrá visto el estagirita un ofidio danzando al armónico sonido de una flauta? ¿O no era sólo un ofidio lo que se meneada?

El filósofo tenía a este instrumento como poco amigo de la enseñanza. A su entender, no es posible hacer valer la palabra si sobre ella se impone la melodía de una flauta. No contribuye a la inteligencia. Todo lo contrario, la nubla.

En virtud de lo dicho, tocar la flauta es una actividad impropia de los hombres libres. Siempre aristotélicamente hablando, sólo los asalariados ejecutaban dicho instrumento. En rigor, estamos ante quien actúa para el solitario placer de sus oyentes antes que por vistas a su propia excelencia. Un oficio vil, como el de un artesano. En propia voz, el espectador influye en el flautista a causa de los movimientos de los cuerpos. Muy vulgar.

Obviamente, el temor a lo orgiástico y pasional empuja a Aristóteles a rechazar el hechizo de la flauta. Un artefacto propio de Dionisio, deidad oscura, indomable y bárbara.

Referencia: Aristóteles, Política, II, 11, 1273b13-14; VIII, 7, 1341a20-25; VIII, 7, 1341a, 1-5; VIII, 7, 1341a, 5-15; VIII, 7, 1342b, 30.

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