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En sus memorias (publicadas póstumamente en 2003), el filósofo Hans Jonas le dedicó unas líneas a un personaje nada extraño a los círculos intelectuales: el sabelotodo, representado en un tal Jacob Taubes. Como se presume, no había tema que le fuera desconocido ni indiferente. Y más allá de que realmente fuera así, pontificaba sus supuestos conocimientos con apabullante convicción y más que retocada erudición.

Instalado en Nueva York en los años cincuenta (como docente en la New School for Social Research), Jonas recibió un día una elogiosa carta de Taubes. Se le presentaba como un colega muy influido por él en materia de gnosticismo y sociología de la religión. Es más, le señalaba que había redactado su tesis de doctorado y publicado un libro sobre el tema en base a los ya reconocidos estudios de Jonas. Ciertamente, era un piropo.

Jonas le pidió a su condiscípulo Karl Löwith (ambos pertenecieron al talentoso grupo de alumnos judíos del filósofo nazi Martin Heidegger) que le brinde referencias. Obviamente, también le inquirió sobre el libro de Taubes. Löwith le respondió que sí sabía del libro, diciéndole que sin duda el libro tenía que ser bueno. ¿Por qué?, le insistió Jonas. Por la sencilla razón de que la mitad del libro era de tuya y la otra mía, le precisó con sorna Löwith.

Con anterioridad, Jonas había indagado sobre Taubes con el sabio y experto en mística judía Gershom Scholem. Su amigo de la Universidad Hebrea de Jerusalén le advirtió de la debilidad de Taubes: le gustaba copiar a otros autores. Es decir, Scholem lo tenía como un perfecto embustero.

Innegablemente la reputación de Taubes no era la mejor. Mas ello no impidió que alcance a ejercer la docencia en temas de “su especialidad” en universidades tan prestigiosas como Harvard, Columbia y Princeton. Incluso de regreso a Europa dictó cátedra en la Universidad Libre de Berlín.

Por confesión del reputado teórico político Carl J. Friedrich, Jonas cuenta que el hartazgo contra el sabelotodo Taubes propició que un grupo de profesores de Harvard (mayoritariamente expatriados de origen germánico) le fabricaran una celada. Buscaban ponerlo en evidencia, por lo que acordaron llevarla a cabo en una de las tantas reuniones que realizaban después de dictar clases.

El ejecutor de la broma pesada fue el mismo Friedrich. La estratagema fue simple: proponer un tema de conversación como carnada, y que muerda el anzuelo por su propensión a demostrar que todo lo sabía al detalle. Advertidos los confabulados, el tema que se lanzó fue sobre la doctrina del alma del escolástico Bertham von Hildesheim. Para más señas, un pensador bajomedieval tomista y escotista.

Luego de escuchar atentamente a sus colegas, Taubes intervino con un conocimiento profundo sobre von Hildesheim. Se explayó a sus anchas, hasta que alguien le advirtió que el susodicho von Hildesheim jamás existió. Hemos de sospechar que el sabelotodo y plagiario Taubes deseó ser tragado por la tierra.

Concluye Jonas que ese fue el fin de la carrera de Taubes en Harvard, pero ello no impidió que lo acepten en otras importantes universidades. También indica que no volvió a publicar libro alguno. Esto último lo desconozco, pero resulta curioso ver que en Wikipedia se le tiene como una gran influencia para intelectuales como (entre otros) Giorgio Agamben, Peter Sloterdijk y Susan Sontag.

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